El cerebro multiplica los problemas como consecuencia de un sesgo cognitivo que lleva a instalar y desarrollar patrones, que luego se generalizan o se sobreaplican sin que exista un motivo real para ello. Por eso podemos llegar a tener la sensación de que las dificultades se acumulan, cuando no es así.
Muchas personas se quejan de que “los problemas no llegan solos” o de que “una vez inician los problema, ya nunca más terminan”. De algún modo tienen razón, pero probablemente esto no se debe a un designio de la fatalidad, sino a un sesgo cognitivo: el cerebro multiplica los problemas.
A esa conclusión se llegó a través de diversos experimentos. El cerebro multiplica los problemas porque, pese a ser un órgano fabuloso y complejo, también tiene limitaciones. Tales limitaciones nacen del hecho de que la mente tiende a crear patrones para todo, ya que esta es una forma de ahorrar energía. Sin embargo, esas pautas generales llevan al equívoco.
Lo importante de descubrir que el cerebro multiplica los problemas es que esta posición nos permite ser críticos y estar atentos a cómo funciona el pensamiento, para poner un límite allí donde es necesario. De lo contrario, las dificultades y el gasto emocional que ellas implican van a extenderse más de lo necesario.
“No podemos resolver los problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”.
-Albert Einstein-
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El cerebro multiplica los problemas
Para explicar el mecanismo a través del cual el cerebro multiplica los problemas, el psicólogo David Levari, de la Universidad de Harvard, acude a una comparación que resulta ilustrativa. Dice que, frente al peligro, el cerebro actúa de manera similar a como lo hacen los sistemas de vigilancia vecinal.
Tales sistemas se activan cuando en un barrio hay mucha inseguridad ciudadana. El papel que cumplen es el de alertar sobre la presencia de extraños o de acciones sospechosas que lleven a pensar en posibles robos. Cuando detectan que algo no va bien, le avisan inmediatamente a la policía para que tome cartas en el asunto.
Estos sistemas suelen funcionar, produciendo que la inseguridad disminuya. Lo lógico sería que, en ese caso, disminuyeran también las alertas, pero esto no sucede. Lo que suele ocurrir es que los vigilantes comienzan a ver señales de peligro en situaciones o acciones que antes no les despertaban sospechas.
Es como si se hubiese encendido un estado de alarma y este no lograra apagarse. El cerebro funciona de manera similar. Una vez disparadas las alertas por la presencia de un problema (y todo problema implica un peligro implícito), no consigue “apagarlas” o bloquearlas por sí solo, sino que las retroalimenta.
Un experimento revelador
Para llegar a la conclusión de que el cerebro multiplica los problemas, se ha acudido a varios experimentos. Uno de los más conocidos, que incluso luego se volvió una prueba viral en redes sociales, fue publicado en la prestigiosa revista Science.
Para hacer el experimento se convocó a 1.000 participantes, todos ellos con visión completamente normal. A todos se les presentó una imagen compuesta por 1.000 puntos, los cuales tenían colores que iban desde un azul muy intenso, hasta un púrpura profundo. Los diferentes tonos estaban distribuidos al azar.
A los participantes se les pidió que dijeran qué puntos eran azules y cuáles púrpura. Durante la primera sesión, la mayoría identificó sin problema los puntos azules.
Sin embargo, en las sesiones siguientes el concepto de color azul pareció irse ampliando cada vez más. Así, al final los voluntarios veían como azules incluso los puntos que eran claramente púrpuras. ¿Qué significa esto?
El sesgo del cerebro
El experimento nos muestra que en realidad el cerebro tiende a establecer patrones de manera cada vez más rígida. Por eso los participantes, que al principio podían distinguir claramente el azul y el púrpura, se mostraron cada vez más propensos a aplicarle los criterios de color azul a “todo”.
¿Por qué esto muestra que el cerebro multiplica los problemas? Cuando nos enfrentamos a un problema, aparece una señal subjetiva de alerta. Entonces dedicamos nuestros esfuerzos a resolver el asunto; sin embargo, incluso después de lograrlo, el cerebro sigue aplicando el criterio reciente de riesgo a aquellos fenómenos que no entran dentro de esta categoría.
Un ejemplo cotidiano: una persona mantiene una discusión con su jefe y esta le deja afectado. Después va a su escritorio y no encuentra su bolígrafo, no porque este se haya extraviado, sino porque aún está aturdido y sus sentidos de alguna manera permanecen secuestrados. No es raro que una persona en esa situación diga “hoy todo me sale mal”, cuando no es así.
En tiempos de pandemia también ocurre esto, precisamente porque estamos afrontando todos un gran problema. Así que no es raro que un viento fuerte, o un terremoto se interpreten como señal del fin de los tiempos, sin serlo. Simplemente, el cerebro está actuando bajo un patrón de alerta y no se detiene. Hay que estar atentos para que el sesgo no se imponga.