A los 20 años, Sara Hoy hizo amigos íntimos en su ciudad natal del centro de Pensilvania (Estados Unidos) a través de una organización llamada Third Place (Tercer Lugar en español). El grupo, cuyo nombre se debe a que los sociólogos consideran que el hogar es el primer lugar y el trabajo el segundo, estaba dirigido por un líder de la iglesia local y pretendía ayudar a los jóvenes profesionales a crear comunidad.
A los 30 años, Hoy se incorporó al Cuerpo de Paz en Moldavia, y luego trabajó en Corea y Suecia. Cuando volvió a casa, 6 años después, la mayoría de sus amigos de Third Place habían formado una familia y el sentido de comunidad había desaparecido. Así que cuando oyó hablar de Culdesac, una nueva comunidad sin coches de 170 millones de dólares (unos 159 millones de euros) que se estaba abriendo a las afueras de Phoenix, solicitó vivir allí aunque nunca hubiese estado en Arizona. En mayo, Hoy se convirtió en una de las primeras residentes.
Hoy, de 40 años, vive sola en un estudio. Estaba preparada para sentir lo que millones de personas sienten hoy: soledad. «Ya había pasado por eso antes, viviendo en otros sitios y sabiendo que lo que tenía que hacer era salir ahí fuera y presentarme a los vecinos», dijo. El diseño de Culdesac, dice, lo ha hecho más fácil.
La urbanización tiene espacios compartidos para sus 1.000 residentes: una plaza, un gimnasio, un supermercado, un restaurante, una cafetería, un espacio de coworking y patios sombreados. Hay karaokes semanales, paseos en bicicleta, ferias de arte y todo tipo de actividades para que los vecinos se reúnan. Los fundadores de Culdesac se inspiraron en las aldeas agrícolas egipcias multigeneracionales, según explica Erin Boyd, responsable de asuntos gubernamentales y externos. Las comunidades estrechamente unidas y transitables pueden ser una novedad en los suburbios de Arizona, pero «en realidad son una forma de vida muy antigua», afirma.
Culdesac, en resumen, es un experimento para salvar uno de los aspectos más amenazados de la vida: un lugar donde pasar el rato.
Los terceros espacios, que incluyen bares, parques, cafeterías, bibliotecas e incluso aceras, llevan décadas en declive. El racismo, el clasismo, la crisis climática, el exceso de vigilancia, los coches y la privatización y el aumento de los costes de los servicios han reducido el acceso a ellos.
Además, se asiste menos a terceros lugares porque se trabaja más horas para compensar el estancamiento salarial. Según estudios realizados, de 2014 a 2019, el tiempo que pasaban los estadounidenses con amigos se redujo un 37%, de 6,5 horas semanales a 4. (2014 fue el año en que los propietarios de un smartphone aumentaron un 50%). Ahora, Instagram, Twitch y los podcasts son los nuevos terceros lugares, un cambio que se aprecia en todas partes.
Los personajes de las series más importantes de los 90 (Friends, Seinfeld o Cheers) pasaban la inmensa mayoría de su tiempo en cafeterías, comedores y bares, y el trabajo estaba en un segundo plano. En las series más importantes de hoy (Succession, Superstore o Industry) el trabajo lo consume todo y la vida fuera de él es una reflexión secundaria o, en el caso de «Severance», totalmente inaccesible.
La disminución de lugares donde pasar tiempo juntos es una catástrofe para las comunidades y personas, que agrava lo que la máxima autoridad médica de Estados Unidos, Vivek Murthy, denomina epidemia de soledad. Uno de cada 5 estadounidenses afirmaba sentirse solo o socialmente aislado a menudo o todo el tiempo en 2018. Otro estudio señala que la tasa de soledad entre los adultos jóvenes aumentó casi todos los años entre 1976 y 2019. En una encuesta de YouGov de 2019, el 22% de los millennials afirmaron no tener ningún amigo. La soledad se asocia a su vez a la mala salud, incluido un aumento significativo del riesgo de muerte prematura, especialmente por un accidente cerebrovascular o una enfermedad arterial coronaria.
En España, los datos no son mucho más alentadores: según un estudio de la Fundación ONCE, más de 4 millones de españoles afirman sentirse solos. El estudio especifica que la soledad no es sinónimo de aislamiento social, ya que el 52,6% de los españoles que viven acompañados, afirman que se han sentido solos en algún momento.
La buena noticia es que cada vez más gente considera que la soledad es, en parte, un defecto de diseño del entorno construido. Investigadores, promotores inmobiliarios, la máxima autoridad médica y los políticos están empezando a formar un nuevo tipo de refrán: si tú lo construyes, ellos se unirán.
Los terceros lugares tienen un precio
¿Cómo se ha dispersado tanto la sociedad? En primer lugar, por los coches. A principios del siglo XX, cuando se extendió el uso del coche, las calles se volvieron mucho menos acogedoras. Los coches también trajeron suburbios, expansión descontrolada, autopistas que atravesaban barrios y un entorno en el que era más fácil aislarse que caminar, ir en bicicleta o coger el transporte público.
La segregación racial y de clase también ha condicionado y limitado durante mucho tiempo el acceso a los lugares públicos. En Nueva York, los residentes predominantemente negros de Seneca Village fueron desplazados a la fuerza para la creación de Central Park a mediados del siglo XIX. En Washington el urbanismo en torno al parque Rock Creek separó aún más a los residentes negros y blancos de la ciudad. En Los Ángeles, dos barrios mexicano-americanos fueron destruidos para construir el estadio de los Dodgers en la década de 1950.
El senador por Connecticut Chris Murphy, del Partido Demócrata, atribuye parte de la culpa a la desinversión que durante décadas ha realizado el Gobierno en los centros urbanos de Estados Unidos. «Los centros de las ciudades eran un lugar real donde la gente se relacionaba. Mi sentido de la identidad estaba muy ligado al carácter local y a la identidad local del lugar en el que crecí (Wethersfield, Connecticut, EEUU)», afirma. Ahora Murphy cree que tanto los ayuntamientos como el gobierno federal deberían ayudar a revitalizar los centros urbanos, porque según él, «fue la decisión del gobierno de apoyar la globalización desenfrenada y el comercio online lo que los vació». El reciente auge del trabajo a distancia no ha hecho sino agravar el problema, vaciando aún más los centros de las ciudades a medida que las empresas abandonan las oficinas.
La senadora demócrata por Minnesota Tina Smith cree que la «privatización del espacio» también tiene mucho que ver tanto con el aumento del aislamiento como con la desigualdad de ingresos.
«Si nos fijamos en la mayoría de las grandes ciudades estadounidenses, vemos una segregación bastante extrema entre comunidades ricas y pobres. Los ricos viven en lugares donde pueden tener grandes casas cerradas y su propia piscina y su propio parque privado», afirma Smith. Mientras tanto, las familias de rentas más bajas e «incluso las de clase media se encuentran viviendo en lugares donde no hay suficientes árboles, no hay suficientes espacios públicos, ya sea la piscina local o el parque local», añade.
Cuando las personas más ricas se mudan a barrios de bajos ingresos, ese aburguesamiento también atrae a tiendas, restaurantes y otros servicios más caros que muchos residentes de toda la vida no pueden permitirse o no se sienten cómodos utilizando. Sweetgreen, Soho House y SoulCycle son terceros lugares solo para algunos. Como decía el Leslie Kern, un académico y autor especializado en urbanismo, dijo: «Si tu taza de 1 o 2 dólares vale ahora 5 o 6, hay una gran barrera». Las urbanizaciones orientadas a la comunidad, como Culdesac, que solo ofrecerá apartamentos a precio de mercado, también son exclusivas.
Durante un tiempo, los centros comerciales sirvieron como terceros lugares relativamente eficaces, según Kern. Aunque eran bastiones privados del consumismo, todo tipo de gente podía pasar el rato en ellos, sin necesidad de gastar dinero. Tenían calefacción, aire acondicionado y baños. Pero han están siendo desbancados por el comercio electrónico.
Y sobre los pocos lugares que quedan, dice Kern, «hay mucha presión por los problemas sociales y económicos». Por ello, los negocios despiden a los trabajadores de una cafetería por dar de comer a indigentes, prohíben la entrada de adolescentes en algunos establecimientos y limitan a las personas mayores a sentarse un máximo de 20 minutos en una mesa de McDonald’s.
Según los expertos, habría menos presión sobre los espacios privados si hubiera parques, centros comunitarios y otros lugares públicos atractivos y accesibles.
Construir para fomentar la conexión social
«¿Tiene el Gobierno algún papel que desempeñar para que todas las ciudades pequeñas tengan un pub o un restaurante local? Quizá no. Pero al menos deberíamos plantearnos esas cuestiones», plantea Murphy.
En julio, Murphy presentó una ley para crear una estrategia nacional de lucha contra la soledad. El proyecto de ley crearía una Oficina de Política de Conexión Social para asesorar al presidente y a las agencias federales sobre el impulso de la infraestructura social y el desarrollo de directrices nacionales para prevenir la soledad, y enviaría 5 millones de dólares (4,68 millones de euros) al año a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades para investigar la prevalencia de la soledad.
Murphy también quiere que los fondos del proyecto de ley de infraestructuras de 2021 se destinen a apoyar centros urbanos más dinámicos y un desarrollo concentrado, en lugar de una expansión descontrolada. Y quiere utilizar la política fiscal para ayudar a los resultados finales de los pequeños minoristas, en vez de llenar los bolsillos de los grandes minoristas cuasi monopolistas».
Los urbanistas también han adquirido muchos conocimientos sobre los tipos de lugares que fomentan la conexión social y los que no. «Lo que llamamos parques parecen aparcamientos con algo de hierba, como un campo de béisbol. Ese no es el tipo de parque que atrae a la gente», critica Tayana Panova, investigadora que estudia los efectos del entorno construido en la salud mental. «Necesitamos parques que tengan comodidades y activos que hagan deseable que la gente vaya allí», añade. Un tercer espacio de ensueño no es un campo yermo. También incluye piscinas, bancos, arte, fuentes, zonas de juego y puestos de comida: cosas en las que se reúne la gente.
Con el cambio climático, la sombra y el agua son cada vez más necesarios en los espacios al aire libre. Culdesac, situado a las afueras de la ciudad más calurosa de Estados Unidos, no tendrá asfalto y aprovechará al máximo la sombra para refrescar la zona.
Cuantas más cosas haya que hacer, más gente vendrá, más cómoda estará y más interactuará. Mitchell Reardon, director de planificación urbana de la empresa de diseño canadiense Happy Cities, destaca un estudio de 2014 que su empresa realizó en Seattle llamado El experimento del turista perdido. Un actor simulaba estar perdido en 2 esquinas diferentes, una junto a una larga pared en blanco y nada más, y otra junto a un montón de tiendas y cafeterías. El «turista» hacía todo lo posible por parecer confuso y esperaba a que un desconocido se ofreciera voluntario para ayudarle a orientarse. En la calle con tiendas, era 4 veces más probable que la gente se detuviera y ofreciera ayuda que en la calle con la pared. Una persona incluso le pidió una cita al turista.
«Es muy importante que la gente disponga de un espacio en el que pueda participar de diversas maneras: observando pasivamente, observando activamente, involucrándose y participando plenamente. La regla fundamental del espacio público es que lo que más atrae a la gente son otras personas», afirma Reardon.
Los urbanistas también han descubierto que las comunidades deben participar en el proceso de diseño de sus espacios compartidos para garantizar que se utilicen. Smith cuenta que hace poco visitó un nuevo espacio comunitario en Rochester (Minnesota, Estados Unidos) donde un grupo de mujeres inmigrantes había participado intensamente en el diseño del lugar. «Cuando celebraban el fin del Ramadán, querían celebrarlo en uno de estos espacios públicos porque habían participado desde el principio», comenta.
Otra forma segura de conseguir que más estadounidenses salgan por ahí: legalizar el consumo de alcohol en público.
Como señala Kristen Ghodsee, etnógrafa y profesora de Estudios Rusos y de Europa Oriental en la Universidad de Pensilvania, beber en público está muy extendido y se celebra en toda Europa. En Alemania, tienen un término para la cerveza que bebes mientras caminas hacia el siguiente bar, una wegbier. Según Reardon, otro partidario de la legalización del consumo de alcohol en público, en Estados Unidos ya existen normas que regulan los comportamientos indisciplinados o antisociales que podrían derivarse de beber en público. Por eso es contraproducente impedir que los bebedores responsables se diviertan en parques, ferias callejeras y otros lugares públicos.
La gente también podría ir a más sitios si hubiera más baños públicos. «La clave de una vida armoniosa entre muchas personas que no están emparentadas es que haya muchos aseos», afirma Ghodsee. «Y eso ya lo sabían en el siglo IX», añade un dibujo arquitectónico del año 820 d.C. del monasterio benedictino ideal lleno de retretes.
Sin embargo, Estados Unidos ha descuidado en gran medida este servicio básico. Hay una media de 8 aseos públicos por cada 100.000 habitantes, pero el acceso a las instalaciones varía mucho. La ciudad de Nueva York tiene menos de 1.200 aseos públicos para sus 8,5 millones de habitantes. Es una situación desesperada, y un grupo de concejales ha presentado recientemente un proyecto de ley para construir otros 3.100 aseos en los próximos 12 años. En cambio, países como el Reino Unido y Suiza tienen muchos más aseos públicos per cápita. Algunos incluso funcionan como arte público.
La gente también está dispuesta a pagar más por vivir en barrios transitables con muchos terceros lugares. En mayores ciudades de EEUU se paga un 35% más por vivir en zonas peatonales, y los inquilinos un 41% más. Según una encuesta reciente de la Asociación Nacional de Agentes Inmobiliarios, una abrumadora mayoría de personas afirma que quiere vivir cerca de comercios, parques y transporte público.
Algunos promotores, entre ellos Culdesac, también están respondiendo a estas demandas y construyendo sus propias ciudades de 15 minutos. En Houston, el promotor Concept Neighborhood está construyendo una comunidad peatonal de 350 millones de dólares (327 millones de euros) con 1.000 viviendas «en torno a infraestructuras públicas que mejoran el estilo de vida, como el transporte público, senderos, carriles bici y parques», según su web. Otro promotor está transformando un antiguo centro comercial de Austin en una urbanización de uso mixto, sin coches, adyacente a un nuevo tren ligero.
Hay todo tipo de formas de combatir la soledad, desde cambios individuales en el estilo de vida hasta inversiones públicas nacionales. La máxima autoridad sanitaria de EEUU apuesta por un enfoque múltiple, que incluye la inversión en permisos familiares retribuidos y transporte público accesible; la formación de los profesionales sanitarios para abordar la desconexión social de los pacientes; y la reforma de las normas de seguridad digital.
Pero el primer pilar de su planteamiento es reunir a las personas mediante infraestructuras sociales. Fundamentalmente, la sociedad necesita lugares donde la gente no esté sola.