La intuición y el sentido común a veces nos impiden utilizar estrategias que realmente funcionan. Hoy hablaremos de dos de ellas que pueden sernos útiles para resolver problemas.
Cuando se habla de estrategias contraintuitivas, se hace referencia a métodos que chocan con lo que nos dice la intuición, pero que al final funcionan, contra todo los pronóstico. Nacen de la idea de que eso que pensamos que es sentido común a veces nos engaña.
Lo habitual es partir de la idea de que la lógica superficial es la llave que abre todas las puertas, que resuelve todos los problemas. Hay unos pasos razonables, que van desde la identificación de la dificultad, pasando por el planteamiento de las posibles soluciones, el proceso de sopesarlas y la elección de la más adecuada.
Sin embargo, a veces esto no funciona. Por más que seguimos la secuencia, no somos capaces de diseñar un buen plan. Es entonces cuando las estrategias contraintuitivas pueden ser de gran ayuda para desatascarse y resolver el problema que está entre manos.
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Las estrategias contraintuitivas
Frente a los problemas, en especial si nos afectan en el plano emocional, tendemos a adoptar estrategias defensivas, enfocadas en las carencias, ausencias o dificultades. Se parte de la idea de que pensando en ellas, y repensándolas, se encontrará una solución viable. Esto, sin embargo, lo que sí suele asegurar es una sensación de angustia.
La ansiedad no es la mejor consejera. Al dar vueltas a un mismo problema y no encontrar soluciones razonables, lo más probable es que esto incremente la angustia y aparezca eso que llamamos niebla mental -nuestro cerebro se satura-. A veces, también la falta de soluciones conduce a nuevos problemas.
En muchas ocasiones, el cerebro necesita de la paciencia suficiente como para trazar estrategias que no hemos empleado. Una situación nueva puede hacer inservibles esas vías ya existentes. En ese punto puede ser buena idea apostar por las estrategias contraintuitivas. La siguientes son dos de ellas.
1. Desenfocarnos, en lugar de enfocarnos
Este es el camino opuesto a centrar toda nuestra atención en el problema. Se supone que para resolver algo debemos enfocarnos en ello, hasta comprenderlo a fondo y encontrarle una salida. Sin embargo, en el marco de las estrategias contraintuitivas, todos hemos encontrado la solución a un problema cuando lo hemos dejado en un segundo plano.
En muchos casos lo que se recomienda es buscar el desenfoque. Esto significa salir del claustro de la dificultad aún sin resolver. En lugar de tratar de estructurar una solución, la idea es dispersarla. Esto se logra, primero, alejándose del problema como tal.
En segundo lugar, ampliar la perspectiva. Para ello, podemos preguntarles a otras personas que puedan haberse enfrentado a una dificultad similar. Contar con alguien que haya empleado con éxito una estrategia nueva para nosotros sin duda nos va a aportar una dosis de seguridad extra, en ocasiones necesaria.
Por otro lado, a veces alguien propone una solución absurda e inaplicable, pero su visión termina encendiendo la llama de una buena idea para salir del atolladero.
Es muy probable que al desenfocarse, de todos modos, se dé pie para que la ansiedad se reduzca. Una mente tranquila es mucho más capaz de ver y de encontrar caminos viables para vencer obstáculos mentales.
2. Exagerarlo al máximo
La segunda de las estrategias contraintuitivas consiste en hacer uso de la hipérbole, o exageración, de un modo constructivo. La idea es sobredimensionar el problema. Esto supone asumir que sus efectos y sus consecuencias son todo lo graves que pudieran llegar a ser. El objetivo, también en este caso, es adoptar una nueva perspectiva.
El ejercicio mental de exagerar un problema es algo que por sí solo ayuda a verlo con mayor detalle y, quizás, encontrar aspectos que antes no se habían visto. Por lo tanto, en ese propósito de exagerar al máximo es posible que se comprenda mejor la situación y se detecten con más precisión los puntos clave.
Así mismo, esta es una de las estrategias contraintuitivas que, de un modo u otro, incrementan la presión. Sin embargo, en este caso esa presión puede ayudarnos. Por lo tanto, puede echarnos una mano a la hora de enmarcar mejor el pensamiento, sin provocar los mismos efectos que generaría la ansiedad.
Ambas estrategias contraintuitivas son particularmente útiles cuando hay que enfrentar problemas que nos desconciertan. También, como se ha indicado, cuando después de pensar mucho, no se encuentran soluciones.