El resentimiento familiar: el odio de los que no perdonan

El resentimiento en la familia hacia un miembro concreto puede durar toda una vida. El rencor y hasta el odio se instalan en sus mentes a causa de ese vínculo roto, de una traición que rara vez es perdonada.

El resentimiento familiar es como la carcoma que destruye los cimientos de un hogar. Se trata de un dolor moral justificado o infundado que persiste en un grupo de personas durante años, al ser incapaces de olvidar o perdonar una ofensa. Esta situación es muy común en las dinámicas entre padres e hijos, entre hermanos o entre otras figuras de esa genealogía entre ancestros y descendientes.

Si ponemos la mirada en nuestra propia familia, es muy probable que esta realidad nos sea conocida. Es como tener un nudo en un vínculo, una herida que sigue escociendo y que nadie desea curar. Se odia a ese tío, hermano o cuñada que, en un momento dado, traicionó a nuestros padres. Se mira con rencor a ese primo, ese abuelo o esa madre que nos hizo daño queriendo o sin querer.

Lo curioso del resentimiento es que cuando se vive en un entorno familiar, puede heredarse de una generación a otra. Hay emociones que (metafóricamente) parecen quedar impregnadas en la cadena del ADN, que se inoculan en la mente infantil. Cuando sus progenitores hablan con desprecio de una tercera figura, ese rencor cala de manera profunda en el niño que escucha, asume y calla sin saber.



El odio de los que no perdonan es como una sombra que nos persigue. Asimismo, no podemos descuidar el impacto de esos modelos parentales que evidencian conductas rencorosas. Lo analizamos.

“Me injurió; me hirió; me derrotó; me despojó”… En los que albergan tales rencores, nunca cesa el odio”.

-Buda-

¿En qué consiste el resentimiento familiar?

El resentimiento familiar define un patrón actitudinal de odio, rencor y dolor moral mantenido en el tiempo hacia una tercera persona de ese núcleo relacional. Lo llamativo de esta realidad emocional es que traza alianzas. Rara vez hay un solo resentido. Por término medio, se crean lazos entre unos miembros y otros que refuerzan esa experiencia negativa e incómoda.

Asimismo, detrás de esta sensación pervive la idea constante de que “han sido traicionados”. Las disputas por temas económicos, y la percepción de que se les ha dejado de lado o que han sido ninguneados alimentan esa emoción, la del resentimiento.

Considerar que un hermano, un padre o un hijo ha sido injusto con uno mismo puede ser más doloroso que la traición ejercida por un desconocido. Si bien es cierto que todos tenemos derecho a desarrollar sentimientos de ira o rencor hacia alguien, cuando esta sensación tiene su origen en el ámbito familiar, los efectos son más adversos.

Decepciones y odios que no pueden dejarse ir

Puede que nuestro abuelo nunca perdonara a su hermano por haberlo dejado solo cuando lo necesitó. Es posible que nuestra madre odiara a su padre porque la maltrató. También puede darse el caso de que nuestros padres sientan rencor por un hermano nuestro a raíz de una mala conducta. Hay experiencias familiares que se alojan en la mente colectiva de sus miembros en forma de narrativa dolorosa.

Son decepciones que no pueden dejarse ir porque el dolor que las sostiene y retroalimenta es muy intenso. Es el sufrimiento de un vínculo amputado. El del hermano que pierde a su hermano. La hija que pierde al padre. El padre que pierde a un hijo. Así, trabajos de investigación, como los realizados en la Universidad del Pacífico de Hawaii, señalan lo destructivo que puede ser el rencor y el odio en las relaciones interpersonales.

Señaló el filósofo Max Scheler en su libro El resentimiento en la moral, que este sentimiento es la secuela que queda tras una ofensa o agresión moral o emocional. Lo complicado es que este estado se alimenta del recuerdo, de un “resentir” constante. Cuando hablamos de las relaciones familiares, la memoria es como una goma elástica: va y viene una y otra vez hacia esa ofensa del ayer.

Sentir rencor hacia algún familiar es una de las emociones más difíciles de manejar. Es un recuerdo que persiste.

El resentimiento familiar en primera persona

Puede que nosotros seamos víctimas del resentimiento familiar. Hay veces en que, por razones justificadas (o probablemente injustificadas), nos convertimos en esa oveja negra siempre señalada y denostada. Somos el foco de toda decepción y hasta ese nombre que un día dejó de pronunciarse en casa. Son realidades duras que muchos pueden estar viviendo en piel propia.

Por otro lado, también puede darse la situación opuesta. Es posible a su vez que seamos nosotros mismos quienes no podamos perdonar determinados aspectos en el seno de la familia. Esta última experiencia es más común de lo que pensamos y puede estar mediada por circunstancias como las siguientes:

  • No habernos sentido amados, valorados o respetados por uno o varios de nuestros familiares.
  • Sentirnos humillados por una o varias situaciones.
  • Sentirnos traicionados, no contar con nuestros padres y hermanos cuando lo necesitábamos.
  • Ser el hijo invisible en una familia en la que había un hijo dorado.

La investigación nos dice que el distanciamiento familiar es algo que aparece con frecuencia. Quien más y quien menos tiene un miembro en su familia con quien no se habla, no tiene contacto y pervive una sensación de rencor.

El resentimiento siempre nos pasa factura: ¿cómo actuar?

El resentimiento familiar es el moho que se expande y enferma de manera silenciosa. Es ese sentimiento que pervive con el recuerdo y que nos encapsula, aislándolos los unos de los otros. Lo más complejo es que cuando uno crece en una familia en la que está presente el rencor hacia alguien, se aprende a odiar de manera temprana.

No es lo adecuado, no es saludable ni pedagógico. Las familias que no perdonan son como una espiral de negatividad. Ahora bien, la manera de abordar estas realidades psicosociales siempre resulta compleja y delicada. Bien es cierto que el perdón sería el único mecanismo capaz de liberar ese sufrimiento atascado, de sanar esos vínculos amputados a raíz de una ofensa o decepción.

Sin embargo, no todo el mundo es capaz de dar el paso: de perdonar y tender puentes. Por lo general, el resentimiento tiene como columna vertebral al ego y el orgullo. No es fácil quitar las corazas a quien lleva media vida odiando. Sin embargo, siempre es adecuado reparar relaciones familiares enfermas.

A veces, no es necesario que se produzca un acercamiento auténtico. Pero sí la capacidad de ofrecer un perdón para dejar ir sin odios, para pasar página y permitirnos avanzar en libertad cada uno por su lado, sin la carcoma del rencor.

Valeria Sabater.

Deja una respuesta