Elogio a la fragilidad, un gran valor en tiempos complejos

Atenazados como estamos por una sucesión casi interminable de crisis y eventos impredecibles, parece que asoma, más que nunca, nuestra fragilidad. Nos sentimos vulnerables, es cierto, pero esta dimensión encierra también una inusitada fortaleza…

La fragilidad está presente en cada aspecto de nuestra realidad y allí donde descansemos la mirada. Hasta las rocas más firmes se quiebran. Los metales más resistentes pueden partirse y las estrellas más luminosas colapsar y desaparecer lentamente en el universo. Nada dura para siempre, y pocas cosas evidencian una solidez del todo indestructible.

Sin embargo, el ser humano se esfuerza siempre lo indecible por ser invulnerable. La vida es a veces como un castillo de naipes, puede derrumbarse ante nosotros en un abrir y cerrar de ojos. Pero aún así, nos empeñamos en «ser fuertes». Como si la fortaleza fuera la solución a todos los problemas y el ungüento para toda herida interna, esa que nadie ve, pero que cargamos a escondidas.

Ahora, cuando nos vemos embestidos por una sucesión de crisis, nos percibimos más desnudos que nunca. Estos azarosos eventos han retirado de nuestra mente más de una realidad que dábamos por sentada. Muchos han perdido a algún ser querido, otros ven en jaque su estabilidad laboral y algunos se debaten en una profunda crisis existencial.

¿Por qué no decirlo? Nos sentimos más frágiles que nunca. Sin embargo, ese estado no es sinónimo de debilidad o falibilidad. Lo frágil encierra una gran belleza interna. Lo analizamos.

Hay épocas en que nos sentimos más asustados que nunca, y eso provoca también que nos veamos frágiles y vulnerables.



La fragilidad, una parte más de nosotros mismos

Estamos preocupados, atrapados en un cenagoso malestar. Vemos muchos cambios a nuestro alrededor. Por si la pandemia no hubiera sido ya lo suficiente aterradora, el panorama general sigue llenándose de nubarrones. Conflictos bélicos, la subida generalizada de los precios, las amenazas de recesión económica, el cambio climático

A ello hay que sumarle lo que cada quien arrastre en su propia intimidad y en los laberintos privados de su propia vida. Es evidente que la fragilidad está más presente que nunca en nosotros. Y no nos gusta. El ser humano procesa como una amenaza esa percepción, la de sentirse asustado, vulnerable y frágil. 

Nuestro cerebro necesita cimentarse en seguridades. Le agrada la estabilidad, saber que las personas que hoy dicen querernos lo harán siempre. También, que el trabajo que hoy nos da un sueldo, lo hará de manera indefinida. Necesitamos saber que el mundo, la sociedad y el planeta que nos da sustento y refugio, seguirá siendo seguro hoy, mañana y pasado.

Sin embargo, como bien sabemos, la vida a veces es errática y caprichosa. Todo puede variar de un momento a otro…

La necesidad de aceptar nuestras vulnerabilidades

Aceptar la fragilidad es integrar un área esencial del ser humano. Aunque nadie llega al mundo con un embalaje que advierta “tratar con cuidado, material frágil”, todos estamos hechos del mismo elemento. Somos carne, huesos y emociones. Sentir miedo, inquietud, preocupación y tristeza forma parte de nuestro repertorio psicobiológico.

Aceptar esas realidades internas y dar espacio y presencia también a nuestra vulnerabilidad media en nuestro bienestar psicológico. Cabe destacar, por ejemplo, lo que nos señala Brené Brown. Asumir nuestra vulnerabilidad nos permite ganar en confianza durante los momentos difíciles.

Ser capaces de tomar conciencia de esos estados emocionales desafiantes, sin bloquearlos, nos beneficia y genera alivio. Además, nada es tan relevante como permitirnos ser vulnerables los unos con los otros. Es una forma de apertura emocional profunda hacia quien tenemos en frente, esencial para conferirnos apoyo, para empatizar entre nosotros.

La fragilidad, una propiedad decisiva para avanzar en días difíciles

Si hay un ámbito que ha profundizado en la materia de la fragilidad es la poesía. Son muchos los nombres, los textos y las pulidas metáforas que nos revelan nuestras heridas, flaquezas, angustias, miedos y lamentos. Esos poemarios son ventanas a las que asomarnos para profundizar en ese territorio tan íntimo, velado y mal entendido del ser humano.

Esa visión literaria está muy alejada de ese ideal de fortaleza absoluta que nos gusta aparentar. Una investigación de la Universidad Noruega destaca esto mismo. La psicología también puede acercarse a la poesía para hacer ver a las personas qué beneficios puede traer revelar la fragilidad inherente en cada uno de nosotros.

Conectar con nuestras sensibilidades nos permite dejar caer resistencias inútiles. Esas que solo obstaculizan el poder sanar, esas en las que a veces nos escudamos para hacer ver a los demás que estamos bien, cuando no es así. No hay nada malo en revelar la propia fragilidad, la grieta en el corazón, la magulladura tras la decepción, el temblor del miedo…

Solo cuando nos vemos tal y como somos, sabemos qué áreas atender para recuperar la seguridad y el coraje suficiente para afrontar la adversidad.

Hay una grieta en todos nosotros y por ahí entra la luz

Hay una belleza indudable en la fragilidad humana. Porque todos la hemos sufrido alguna vez. Cada uno de nosotros guardamos en nuestro interior laceraciones emocionales y pedazos rotos de vivencias que no superamos del todo. Pero, como decía de manera extraordinaria Leonard Cohen, hay una grieta en todo y es por ahí por donde entra la luz.

Somos seres imperfectos, que lidian con mil dificultades cada día. Sin embargo, y a pesar de cada fragmento erosionado de nuestro ser, hallamos fortalezas para seguir adelante. Sanamos y nos levantamos, ganamos en resiliencia, aprendemos y reconstruimos nuestros mundos a pesar del miedo y las incertezas. Somos frágiles, pero valientes, somos finitos, pero siempre dejamos huella.

Valeria Sabater.

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