Hablar desde el corazón es muy liberador. De otra forma, difícilmente podríamos crear y disfrutar de conexiones significativas con los demás. Hablamos de una capacidad que todos podemos desarrollar.
Hablar desde el corazón es fácil, y a la vez muy complicado. Todos éramos más espontáneos de niños, pero es posible que esto haya disminuido con el tiempo. La forma de comunicarnos va siendo modelada por las distintas experiencias a las que nos vamos exponiendo, y es posible que en ese proceso hayamos perdido naturalidad.
Lo cierto es que no podemos decir cualquier cosa “sin filtros”, no se trata de eso. Ahora bien, hablar desde el corazón cuando ese corazón está lleno de ira o ha sido tentado por el egoísmo no es la mejor opción. En muchos casos, el silencio es una opción más recomendable que empezar locuciones en las que existe una probabilidad alta de que hiramos o seamos injustos con el otro.
En estricto sentido, hablar desde el corazón es un ejercicio reservado para aquellos momentos que lo ameritan. Claro que es un hábito que puede impregnar todas nuestras actitudes cotidianas, hasta cierto punto, pero sobre todo acudimos a este tipo de comunicación cuando queremos conectar con alguien.
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“He aprendido también que hablar desde el corazón requiere de autoconfianza y seguridad personal. Es aventurarse a ser uno mismo, con coraje y hasta valentía”.
-Inés Temple-
Hablar desde el corazón
Hablar desde el corazón es un imperativo que, en principio, puede resultar algo confuso. ¿De qué se trata? ¿Consiste en compartir las mismas palabras que forman parte de nuestro hilo de pensamiento? ¿Cantar, como se dice coloquialmente, nuestras verdades al otro?
A lo que hace referencia esta expresión más bien es a la capacidad para comunicarnos de una manera afectiva con el otro. Sobre todo, poner sobre la mesa nuestros sentimientos más auténticos, sin otro objetivo que darlos a conocer. Por lo tanto, también supone renunciar a obtener determinadas respuestas o reacciones en la otra persona.
Precisamente es este punto el que diferencia la espontaneidad infantil de la capacidad para hablar desde el corazón desde una perspectiva adulta. El niño dice lo que piensa y no tiene problema en ser injusto u ofensivo con sus palabras. El adulto puede comprender que está frente a un “otro” que merece consideración y respeto, y que un mismo mensaje puede trasmitirse de muchas maneras.
El respeto es la clave
Hablar desde el corazón es un acto de respeto, tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás. La palabra “respeto” viene de dos raíces latinas: “re”, que significa ‘volver’ o “repetir”; y scpectrum, que significa ‘aparición’. Así que, desde el punto de vista etimológico, el respeto vendría a ser algo como “volver a mirar”, o reconocer la existencia de algo o alguien.
Ese respeto lleva implícito la consideración de que el otro es un igual. Reconocer al otro y nuestro propio ser implica tener en cuenta una constelación de sentimientos, ideas, vivencias, sueños, etc.
Así mismo, en este caso el respeto no se limita a reconocer, sino también a preservar o proteger esa existencia, ese mundo. No pretender descomponerlo, deshacerlo o destruirlo. Vale para el respeto por uno mismo y para el que le debemos a los demás. Solo se puede hablar desde el corazón desde esa premisa.
Cómo hablar desde el corazón
La comunicación asertiva con los demás remite a un abanico heterogéneo de opciones. Conocerlas y ejercitarlas ayuda a mejorar cómo interactuamos con otros. Sin embargo, hablar desde el corazón va más allá, siendo a la vez más sencillo: solo es necesario hablar desde uno mismo y no desde el otro.
Podemos aclarar este principio con algunos ejemplos. En lugar de decir “tú has hecho que me enfade”, por qué no decir “yo me enfado cuando sucede esto”. En vez de decirle al otro “deberías hacer esto”, por qué no decirle “me gustaría que lo hicieras así porque…”. Cuando decimos “hablar desde uno mismo” nos referimos precisamente a eso: cómo nos hacen sentir las conductas de los otros.
En este caso, lo recomendable es conectar con uno mismo, con los propios sentimientos, y luego, expresarlo. De este modo, se ejerce el respeto por uno mismo como un mundo propio y único y, a la vez, el respeto por el otro porque no se hace referencia a él, sino al efecto que causa en uno. De este modo, se aprende a hablar desde el corazón.