Tendemos a conocer a las hormonas con el nombre de un único sentimiento: la hormona de la felicidad, la del estrés, la del amor… Sin embargo, esos sentimientos son solo el resultado de uno de los muchos procesos en los que intervienen. Aun así, resulta bastante poético que precisamente la oxitocina, conocida como hormona del amor, pueda ayudar a reparar un corazón roto. En el más literal de los sentidos.
Es la conclusión de un estudio publicado recientemente en Frontiers in Cell and Development Biology de la mano de científicos de la Universidad de Michigan State. En él demuestran, tanto en pez cebra como en células de corazón humano cultivadas en el laboratorio, que la exposición a esta hormona puede ayudar a regenerar las células del corazón después de un infarto de miocardio.
Lógicamente, aún será necesario comprobar si ocurre lo mismo en seres humanos, no solo en cultivos celulares. No obstante, si se demuestra que es así, sería un hallazgo muy interesante, ya que el uso de oxitocina en medicina es bastante común en procesos como, por ejemplo, la provocación de contracciones en las embarazadas.
Oxitocina: la hormona del amor
Si la oxitocina es conocida como hormona del amor es porque tiene un papel clave en el proceso de apego. Pero no solo en el apego entre dos enamorados. También en el que se produce entre madres, padres e hijos o incluso entre amigos.
Además, interviene en el embarazo y la lactancia y hasta en procesos asociados a las relaciones sexuales, como la eyaculación. En definitiva, no solo es una hormona para el amor, aunque también pueda reparar un corazón roto.
Corazón roto, células perdidas
El corazón está formado principalmente por tres capas, conocidas como pericardio, miocardio y endocardio. La primera se encuentra envolviendo la parte más externa del corazón, separándolo de estructuras cercanas. A continuación se encuentra el miocardio, una capa intermedia que representa la mayor parte de su grosor. Y, para terminar, el endocardio, que recubre todo el interior del órgano.
La contracción del corazón, esencial para que pueda bombear la sangre, está mediada por unas células, llamadas cardiomiocitos, que se encuentran en la segunda de esas capas. Lamentablemente, cuando se da un infarto, estas células se degeneran y no pueden recuperarse, con todo lo que eso supone.
Durante años los científicos han intentado dar una solución a este grave problema y la han encontrado en el pericardio. Y es que ahí se encuentran unas células madre que pueden reprogramarse en el laboratorio para que, en vez de convertirse en más células del pericardio, formen miocardiomiocitos. Estas se conocen como células madre progenitoras derivadas del epicardio (EpiPC) y tienen un potencial muy interesante, pero también una gran limitación, ya que el proceso de conversión de unas células a otras es muy ineficiente.
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Los trucos del pez cebra
El pez cebra se usa mucho en investigación por múltiples motivos. En primer lugar, es muy fácil de reproducir, por lo que se pueden obtener muchos individuos en poco tiempo. Además, es la especie conocida de vertebrado que tiene un mayor número de genes codificantes. Por otro lado, se desarrolla muy rápido y los embriones son transparentes, por lo que se puede observar su evolución a simple vista. Y, por si todo eso no fuese suficiente, también tiene la capacidad de regenerar rápidamente muchas partes perdidas de su cuerpo, incluyendo las células del corazón.
Esto se debe a que sus células del epicardio pueden diferenciarse de forma natural en cardiomiocitos mucho más deprisa que las humanas. Claramente, es un buen modelo en el que fijarse, por lo que los autores del estudio que ahora se publica decidieron estudiar qué clase de señal estaba empujándolas a cambiar de una forma tan eficaz.
Para comprobarlo, dañaron su corazón mediante congelación y comprobaron variaciones en los niveles de ARN mensajero (ARNm) de diferentes genes. En este punto es importante recordar que el ARNm se encarga de llevar a las fábricas de proteínas de las células, llamadas ribosomas, las instrucciones para que fabriquen proteínas concretas. Todas esas instrucciones están incluidas en el ADN de un organismo, pero no siempre se usan por igual.
En este caso vieron que, una vez dañado el corazón, los niveles de ARNm con las instrucciones para sintetizar oxitocina aumentaron 20 veces en el cerebro, ya que es aquí donde se produce esta hormona. Una vez que se sintetizó la hormona del amor, vieron que viajaba a receptores específicos para ella ubicados en el pericardio. Llegados a ese punto, comenzaba una cascada de señales que desembocaba en una producción extremadamente eficiente de EpiPC, que ayudaban a reponer los cardiomiocitos dañados.
También en células cultivadas de corazón
Este fue un descubrimiento emocionante, pero quedaba comprobar si era solo un superpoder del pez cebra o si podría reproducirse en humanos. Para ello, tomaron cultivos de células de corazón humanas y las expusieron tanto a oxitocina como a otras proteínas sintetizadas en el cerebro. Vieron que la oxitocina inducía una cascada de señales similar a la que observaron en pez cebra. Además, si se retiraban los receptores para la hormona del amor de las células del pericardio, no llegaban a producirse las EpiPC.
En definitiva, está claro que la oxitocina juega un papel clave en la regeneración de un corazón roto. Y no roto por falta de amor, sino roto por un infarto. Ahora solo queda comprobar si se pueden reproducir los buenos resultados en pacientes cardíacos. De momento, los investigadores son muy optimistas. Y es que al final parece que al menos hay un tipo de corazones rotos que podrían curarse con la hormona del amor. Paradójicamente, la cura para los que se rompen por falta de amor solo suele ser el tiempo.