La oleada de divorcios es reflejo de los cambios en nuestra forma de vivir

En julio, cuando Sofía Vergara y Joe Manganiello se separaron tras siete años de matrimonio, mi amiga me envió un mensaje con un enlace a un artículo sobre la ruptura. «El amor ha muerto», me dijo apenada. Mi amiga acababa de terminar una relación larga y estaba desconsolada por la noticia. No era la única. Las redes sociales estaban plagadas de comentarios y emojis de caras llorosas. «¡Oh, no! Ellos no, pensaba que seguirían juntos», decían algunos.

Para los fans, las vidas de los famosos son como un espejo. Es como ver tu propio reflejo con mejor piel, más atractivo y con más dinero. Su ropa, sus carreras y sus relaciones se convierten en las aspiraciones del público. Debido a su presencia en el cine, la cultura y la vida en general, los famosos son los directores de escena del romanticismo moderno. La gente proyecta en ellos sus ansiedades culturales y sociales. Si Taylor Swift puede encontrar una pareja masculina que la apoye, ¿por qué no pueden las demás?. Pero si Lisa Bonet no puede hacer que su matrimonio funcione, ¿podrá el resto?

Hugh Jackman, Britney Spears, Kevin Costner, los primeros ministros de Canadá y Finlandia, y Reese Witherspoon son algunas de las muchas parejas que han anunciado el fin a su matrimonio este año. Y no solo los famosos: el divorcio entre los boomers va en aumento, y las mujeres de todas las edades creen cada vez menos en el matrimonio.

2023 ha sido el año de los divorcios y las rupturas. El año del desamor. Y los titulares no han tardado en comenzar a especular sobre lo que está ocurriendo. Quizá las relaciones estén cambiando. Después de sobrevivir al COVID, ¿se habrá dado cuenta la gente de que quiere más en la vida? ¿O todo se debe a Venus retrógrado?

El consejo editorial del Washington Post, Brad Wilcox, del Instituto para el Estudio de las Familias y el columnista David Brooks han formado un coro griego de pánico y preocupación. Ross Douthat se ha unido a ellos, comentando en The New York Times que está claro que algo pasa, sea cual sea la razón, y que el declive del matrimonio en la actualidad es «la explicación más sencilla posible del descenso de la felicidad». Utilizando a Barbie y Ken como analogía, Douthat se lamentaba diciendo: «Para las mujeres quizá primero, y para los hombres también, con el tiempo, menos matrimonio significa más desdicha».

Pero todo esto no es nuevo. El pánico por el estado del matrimonio siempre sigue a un periodo de rápido cambio social. Es un ciclo agotador, que repetimos hasta la saciedad. Cada impulso histórico a favor de la libertad política ha llevado a un impulso a favor de la libertad personal. Como resultado, hay un aumento de los divorcios. Luego, pánico por el declive del orden social. Y finalmente, la libertad.

En este momento, Estados Unidos está en la agonía de la reacción a la lucha por la igualdad. En estos momentos, el país tiene dos opciones: rechazar el cambio social o ampliar aún más las definiciones de libertad, haciendo el divorcio más accesible y menos tabú y, en el proceso, haciéndonos a todos un poco más felices.

En 1866, los periódicos y la charla social seguían dominados por la Guerra Civil estadounidense y la violenta división del país. Hasta que Peter Strong solicitó el divorcio de su esposa Mary Strong. Se decía que Mary había tenido una aventura con su cuñado, un viudo y héroe de guerra de la Unión, Edward Strong. Durante la demanda de divorcio, Mary huyó con una de las hijas de la pareja. El caso desgarró el enrarecido mundo de la riqueza y la clase social de Nueva York y reveló que tras el dinero y respeto social la gente cometía los mismos errores humanos del corazón y otros órganos.

Los periódicos informaron del caso con escabrosa fascinación. 10 años antes, la sociedad aún no se había recuperado de otro sonado divorcio: Catherine Walker demandó a su marido alegando que le había sido infiel con prostitutas en la cárcel de deudores. Los periódicos publicaban diariamente noticias del juicio. Otros divorcios sonados de la época se cubrieron sin respiro en las páginas de The New York Times. En 1887, el New York Herald publicó un artículo en el que se argumentaba que el matrimonio era el vínculo más sagrado de la sociedad y que, más que un delito, el aumento del divorcio era un signo de la decadencia y la «barbarie».

Pero, a pesar de los agoreros, la sociedad estadounidense no se extinguió ni se sumió en la barbarie. De hecho, Estados Unidos estaba atravesando un periodo de cambios sísmicos que empezarían a hacer que la nación fuera más equitativa para todos. La Guerra Civil estadounidense marcó el comienzo de la lucha por la igualdad de derechos ante la ley. La lucha por la emancipación y la libertad de los esclavos coincidió con la emancipación de todas las mujeres de la sociedad. Y aunque el siglo terminó sin que las mujeres obtuvieran aún el derecho al voto, el impulso catalizó un floreciente movimiento feminista que incluía a Elizabeth Cady Stanton, Ida B. Wells y Mary Wollstonecraft.

«Solo se puede afirmar que el cielo se está cayendo durante un tiempo antes de que realmente tenga que caer», dijo la historiadora April White a Business Insider en una entrevista. En otras palabras, el pánico al cambio suele indicar que se está gestando un sentimiento de que el cambio debe llegar.

White observó que cada divorcio de un famoso al que se da mucha publicidad provoca una reacción que afirma que el divorcio en sí está arruinando la sociedad. Pero la conversación parece ir siempre precedida de más libertades para las mujeres.

Por ejemplo, Blanche Molineux, una mujer de la alta sociedad neoyorquina, cuya historia relata White en su libro de 2022, The Divorce Colony: How Women Revolutionized Marriage and Found Freedom on the American Frontier (La colonia del divorcio: cómo las mujeres revolucionaron el matrimonio y encontraron la libertad en la frontera americana). Molineux se divorció de su marido (un hombre sospechoso haber matado a su examante) viajando a Dakota del Norte en 1902 y estableciendo su residencia para un divorcio rápido. Rápido, en este sentido, significaba esperar 11 meses.

«Este pánico moral de la década de 1890 acabó dándonos un mayor acceso al divorcio. Y así, en este caso, tras el divorcio de Blanche Molineux, los periódicos se llenaron de comentarios sobre cómo la familia se está desmoronando, la nación se está desmoronando, tenemos que poner fin al divorcio. Y 20 años después, ni la familia ni la nación se han desmoronado», explicó White.

Molineux estaba perfectamente bien, salvo por el hecho de que estaba atrapada en un matrimonio que la hacía profundamente infeliz. Y cuando uno se siente atrapado y asustado, no importan las leyes ni los juicios de la sociedad; cuando se llega al punto de ruptura, se hace lo necesario para cambiar las cosas, aunque eso signifique mudarse a Dakota del Norte durante casi un año. «Todo el pánico, la libertad condicional y los juicios tuvieron exactamente el efecto contrario que estas personas intentaban conseguir», continuó comentando White.

115 años después de que Molineux se divorciara, yo estaba en Wichita para la boda de mi hermano, mientras mi matrimonio de 12 años se venía abajo. Incapaz de dormir después de la ceremonia, con mis hijos y mi marido en la habitación, bajé a hurtadillas al vestíbulo para comer unas galletas. Un canal de noticias emitía un documental nocturno sobre la vida de la princesa Diana.

Me senté a verlo e inmediatamente empecé a llorar. El documental relataba cómo Diana tuvo que luchar contra siglos de tradición para divorciarse del príncipe Carlos. Era cursi, pero llorar, comer galletas rancias y ver imágenes de Diana con su vestido negro de venganza me permitió verme a mí misma fuera de mis propios problemas maritales.

Llevaba años luchando en silencio contra el desequilibrio de mi relación: su comodidad y sus objetivos eran prioritarios, y los míos quedaban aplazados indefinidamente. Sin duda, si Diana pudo enfrentarse a la monarquía para conseguir su libertad, yo podía enfrentarme a una familia evangélica muy unida. Y lo que es más importante, viéndola sonreír con aquel vestido negro, pude verme a mí misma, al otro lado de la tragedia y por fin feliz.

Ese mismo año, el movimiento #MeToo, que comenzó en 2006, alcanzó su cenit, provocando una conversación global sobre género y trabajo emocional. ¿Por qué los maridos añaden siete horas de trabajo doméstico a la semana a la vida de una mujer, según un estudio reciente? ¿Por qué las mujeres cocinan más que sus parejas masculinas, una diferencia que parece haberse acentuado este año? Según la AAMFT, en casi el 20% de los matrimonios hay maltrato físico, y el maltrato emocional está mucho más extendido. Además, históricamente, las mujeres heterosexuales casadas no han sido felices con su vida sexual.

La ansiedad cultural era, y sigue siendo, palpable. Ese movimiento culminó en las históricas elecciones legislativas estadounidenses de 2018, que trajeron más representación femenina a todos los niveles de gobierno. Y, sin embargo, muchas mujeres que han hablado con un hombre heterosexual en los últimos cinco años probablemente han escuchado alguna versión de cómo desde  el #MeToo, parece que hay que firmar un contrato para ligar. Cualquier cónyuge (especialmente uno con hijos) recordará cuando comenzó la pandemia y esta realidad quedó al descubierto: las madres se convirtieron en nuestra red de seguridad social, asumiendo el cuidado de los niños y la educación en casa además de sus trabajos a jornada completa. Muchos padres se aficionaron a hacer pan de masa madre.

En resumen, tiene sentido que en 2023 estemos sumidos en otro pánico, mientras intentamos «volver a la normalidad» al tiempo que hacemos balance de estos cambios culturales. Y, como la historia nos ha demostrado, es natural que los famosos sean los primeros en modelar esa nueva realidad.

Las celebridades son un barómetro del cambio cultural porque tienen acceso a cosas a las que el ciudadano medio no tiene acceso. Son como nosotros, pero con el dinero y el poder cultural necesarios para poner a prueba una versión de la libertad que nos está vedada al resto, o al menos eso es lo que parece desde nuestro lado de la pantalla. Ya se trate de una cantante como Kelly Clarkson o de una mujer de la alta sociedad como Mary Strong, su lucha por el cambio personal se convierte en una fantasía para el resto de nosotros. Cuando Glennon Doyle Melton y Abby Wambach modelan un nuevo tipo de «copaternidad», lo que están demostrando no es la ruptura del orden social, sino otra forma de abordarlo. Kevin Costner, en cambio, es un ejemplo de lo que no se debe hacer.

Unos meses después de mi lacrimógena velada con galletas y un documental sobre Diana, leí el ensayo de Gwyneth Paltrow sobre su «Desvinculación consciente» de su entonces marido, Chris Martin. Me mostró que el divorcio no tenía por qué ser combativo, que había otras formas de romper y que no tenía por qué acabar con mi mundo, y que podía luchar por mi libertad.

Este ciclo de noticias sobre divorcios está siendo utilizado como arma en una campaña republicana para prohibir los divorcios sin culpa y promover el matrimonio a toda costa. A los conservadores les preocupa que el divorcio se esté poniendo de moda. De hecho, hay estudios que sugieren quese está poniendo de moda. Cuando una pareja se separa, puede tener un efecto dominó en toda su comunidad. Pero ese estudio no debería incitar al pánico. De hecho, debería inspirar la reacción contraria.

Forzar a las mujeres a entrar en instituciones y relaciones que no les sirven no conduce a relaciones más duraderas ni más sanas. La investigación muestra justo lo contrario. Un estudio realizado en 2019 por la Oficina del Censo de Estados Unidos concluyó que las leyes de divorcio liberales habían conducido a una mayor igualdad de género y a matrimonios más sólidos. El estudio decía que en los países donde las leyes de divorcio eran más liberales, el número real de matrimonios era al menos un 9% mayor. Los suicidios entre las mujeres eran inferiores entre un 8% y un 16%. Y los índices de violencia doméstica eran inferiores en un 30% aproximadamente. Además, en los lugares con leyes de divorcio liberales, las mujeres tenían un 7% más de probabilidades de trabajar fuera de casa. Y esto es solo el principio: otras investigaciones sugieren que las leyes que facilitan el acceso al divorcio mejoran el bienestar incluso de las parejas que deciden seguir casadas.

Es difícil estudiar el impacto del divorcio en las sociedades, porque las relaciones están sujetas a la vasta gama de defectos y deseos humanos. Pero Misty Heggeness, investigadora científica asociada del Instituto de Política e Investigación Social de la Universidad de Kansas, descubrió en un estudio sobre las leyes de divorcio en Chile que la normativa favorable al ama de casa aumentaba la matriculación escolar entre 3,4 y 5,5 puntos porcentuales. También descubrió que cuanto más rápido se conseguía el divorcio, menos probabilidades había de que los hijos de la familia abandonaran los estudios. Un estudio realizado en 2005 en Australia concluyó que no había diferencias sociales, emocionales ni académicas entre los adolescentes de 17-18 años que procedían de hogares divorciados y los que no. Para explicar este fenómeno, los investigadores señalan la sólida red de seguridad social de Australia y el cumplimiento de la manutención de los hijos.

Básicamente, a pesar de las peroratas y las lamentaciones sobre el divorcio en Estados Unidos, lo que los estudios demuestran es que cuando somos libres de elegir nuestras vidas mejoran un poco. En cualquier caso, la tasa de divorcios en Estados Unidos es la más baja de la historia porque cada vez más gente opta por no casarse. Los matrimonios que se celebran parecen durar más. Resulta que cuando las personas tienen la capacidad de entablar relaciones que no se basan en el beneficio económico ni la coacción social, acaban siendo más fuertes.

Estamos en un momento de cambio social, por lo que no es de extrañar que las muchas, muchas rupturas de celebridades de este año se hayan convertido en una especie de fascinación. Pero, ¿qué pasaría si no se intentara volver a toda costa a los sistemas tradicionales preCOVID, premovimiento #MeToo, que dependen de las mujeres como red de seguridad social? ¿Y si se utiliza este tiempo de ruptura para encontrar nuevas formas de imaginar las relaciones y de apoyar a las familias?

Si hay algo que la historia nos ha enseñado es que, como Blanche Molineux dijo una vez, las mujeres desean «la libertad por encima de todo en el mundo» y están «justificadas para buscarla».

Cristina Gálvez

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