Cuanto más intensa es una emoción, más nos cuesta identificarla y gestionarla. Este tipo de estados nos bloquean, dejándonos en un estado en el que nos podemos sentir muy confundidos. ¿Qué podemos hacer?
Hay una creencia popular, y es la de que cuanto más dolorosa, punzante e incómoda es una emoción más fácil es ponerle nombre. ¿Cómo no voy a saber que esto que siento es ira, rabia, enfado o tristeza? Lo cierto es que las emociones intensas son las más difíciles de entender, las que más se nos atascan y tienden a interiorizarse para dar forma a estados psicológicos problemáticos.
Podríamos decir que entre todas las habilidades que deberíamos desarrollar para mediar en nuestro bienestar, como la autoestima o el autoconocimiento, la gestión emocional es clave. Sin embargo, es muy común llegar a la edad adulta y transitar por esa mala gestión de los estados psicofísicos. Esto hace que acabemos actuando de manera inadecuada, como niños de tres años frustrados con el mundo y la propia vida.
La activación que generan determinadas emociones experimentadas a una alta intensidad puede ser algo realmente complejo. Saber entender, gestionar y manejar esos estados mediará sin duda en nuestro bienestar y nuestra satisfacción.
A menudo pensamos que cuánto más fuerte sintamos una emoción más fácil es identificarla. Sin embargo, esto no siempre es así. Este tipo de realidades lo que hacen muy a menudo es bloquearnos.
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¿Por qué las emociones intensas son las más difíciles de entender?
Dolorosas, contradictorias, explosivas, inesperadas y hasta aterradoras. Las emociones nos definen, nos hacen humanos y determinan nuestros comportamientos. No hay nada malo en experimentar rabia, miedo, angustia, tristeza o desesperación. Lo verdaderamente peligroso es dejarnos llevar por esos estados emocionales.
Por ello, por temor a actuar de manera desafortunada, lo que hacemos muchas veces es reprimir la emoción sentida. Lo llevamos a cabo como quien engulle una piedra, de manera rápida y a la fuerza, sin pensar. De manera que al final terminamos sintiendo ese dolor en el estómago, ese peso inexplicable, ese malestar que se somatiza y que ralentiza la vida.
Lo más curioso de todo esto es que las emociones intensas son las más difíciles de entender, nombrar y gestionar. Pongamos un ejemplo. Estamos hablando con nuestra pareja y de pronto ese diálogo termina en discusión hasta que en un momento dado le decimos a la otra persona que mejor lo dejamos para otro instante porque solo sentimos ganas de gritar.
En nuestro interior se entremezclan muchas sensaciones que no podemos definir. Las emociones son tan profundas y descarnadas que solo sentimos el impulso de encerrarnos en nuestra habitación y descansar. ¿Por qué cuesta tanto decir en palabras qué sentimos?
La intensidad psicofisiológica ¡No puedo pensar con claridad!
Cuando nos dan un golpe en el brazo es sencillo comprender por qué nos duele esa zona. Sin embargo, después de esa discusión con nuestra pareja, puede que resulte complicado explicar con detalle qué es en concreto lo que duele, molesta y preocupa. Es todo a la vez. Es una maraña compleja de sensaciones muy complicada de describir y de identificar.
Natalie Holzt, psicóloga del Instituto Max Planck, es autora de un estudio en el que se intenta desentrañar por qué las emociones intensas son las más difíciles de entender.
En primer lugar, a mayor intensidad psicofisiológica, mayor ambigüedad siente el cerebro para saber qué nos pasa. ¿Es rabia? ¿Es tristeza? ¿Es ansiedad? En medio de estos estados la mente no puede pensar con claridad. A mayor intensidad emocional mayor dificultad para reflexionar. Tal y como señala la propia doctora Holtz:
Las emociones intensas hiperactivan el sistema nervioso simpático, el cual desencadena una respuesta de lucha o huida. Esta reacción psicofísica imposibilita que podamos pensar con claridad, porque el cerebro en esas circunstancias solo quiere que actuemos, no que nos paremos a pensar.
Emociones intensas y el desbordamiento emocional: ¡Me siento superado!
Las emociones intensas son las más difíciles de entender porque a menudo nos conducen también a un desbordamiento emocional. ¿Qué significa esto último? ¿En qué consiste? Estas situaciones se dan cuando falla la autorregulación, cuando no logramos controlar una reacción concreta. De pronto, nos sentimos superados por la contradicción, la angustia, la tristeza, la decepción, la ansiedad…
No podemos contener ninguna de esas realidades y de pronto quedamos atenazados por un sinfín de emociones de valencia negativa en su mayoría. Esto se da a menudo en situaciones muy concretas y puntuales (como la discusión antes señalada). También, aparece cuando se acumulan una serie de experiencias estresantes mantenidas en el tiempo que al final nos desbordan.
¿Qué podemos hacer cuando experimentamos emociones muy intensas?
Hay personalidades con una tendencia mayor a reaccionar o procesar la realidad de manera más intensa. Esto hace que sean frecuentes los bloqueos, los desbordamientos, el sentirse atenazado y no saber cómo actuar ante una situación concreta. Asimismo, no poder expresar con claridad qué les ocurre complica aún más este tipo de realidad psicológica.
¿Qué hacer, por tanto, en estas situaciones? Lo analizamos.
Cómo actuar cuando me siento dominado por esa intensidad
Controlar la intensidad emocional requiere dos estrategias: conciencia y regulación emocional. Sin embargo, para llegar a ellas es necesario, en primer lugar, reducir esa hiperactivación psicofísica inducida por el sistema simpático. Se trata de calmar el cuerpo primero, para poder trabajar después la mente.
- Párate, descansa, busca un lugar tranquilo y procura relajarte. Practicar la respiración profunda puede ayudarte.
- Seguidamente, es necesario dar espacio y presencia a cada emoción sentida. Una vez se haya reducido la tensión física, es momento de saber qué pasa en nuestra mente. Intentaremos observar qué ocurre en ella como quien mira una pantalla de cine, sin juzgar, sin sancionar, dejando que haga acto de presencia toda sensación, sentimiento y emoción.
- Comprendamos qué mensaje quieren darnos esas emociones. Entendamos si nos exigen cambios, si quieren que prestemos atención a realidades descuidadas.
La regulación emocional es un aprendizaje que requiere tiempo, pero que se basa siempre en dar espacio a toda emoción sentida, con compasión y respeto. Transformarlas hacia la positividad, intentando no dejarnos llevar por ellas, es la clave.