¿Te consideras una persona fuerte, de las que pueden con todo? Tal vez sea el momento de aprender a delegar y dejarte cuidar. Hacerlo no te hará débil, todo lo contrario: te enriquecerá y despertará en ti nuevas valías. Descubre por dónde empezar.
“Sé fuerte”. Este un mensaje que nos sobrevuela desde que somos pequeños. Nuestra educación y la propia cultura nos han transmitido la idea de que en esta vida triunfan los fuertes y que poder con todo, será tu mejor seña de identidad. Quizá, por ello, iniciamos desde niños un viaje algo distorsionado sobre lo que significa afrontar las dificultades e incluso construir una relación.
Las personas fuertes no lloran, no se quejan, ni flaquean. Asumen en soledad todas sus cargas, interiorizan sus miedos y se acostumbran a autoabastecer sus necesidades. También suelen preocuparse demasiado por el control. Así, y a medida que pasa el tiempo, uno descubre que ese concepto de fortaleza que se ha engullido sin rechistar ni analizar es una trampa, porque duele y agota.
Tarde o temprano las personas fuertes se rompen y es entonces cuando descubren que tras la coraza de la falsa fortaleza se esconde la vulnerabilidad. En ese momento asumimos una gran responsabilidad, la de dejar el peso de las cargas, reformular esquemas y comprender que todos necesitamos ser cuidados. Cuidar es el verbo más hermoso del idioma del amor y también de la convivencia.
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“Lo que este mundo necesita es un nuevo tipo de ejército, el ejército de la amabilidad”.
-Cleveland Amory-
Ser fuerte no es ser autosuficiente
Aprender a cuidar de uno mismo está muy bien. Siempre es adecuado desarrollar ciertas estrategias de autosuficiencia, independencia y responsabilidad personal. Sin embargo, si levantamos un poco la mirada, nos daremos cuenta de que quizá estamos creando una sociedad con un excesivo culto al yo. Porque, a menudo, se confunden el autocuidado y la independencia con el egoísmo.
Las personas no somos islas solitarias separadas unas de otras. Somos seres sociales que se necesitan los unos a los otros para sobrevivir, para sentirnos seguros y validados. No es más fuerte quién es más autosuficiente y necesita menos de los demás. Fuerte es también quién fortalece a los otros con su apoyo, quien sabe crear vínculos y enriquece emocionalmente a los demás. No solo a sí mismo.
Cuando damos por cierta la idea de que nuestra mejor fortaleza es la autosuficiencia, nos obsesionamos con tenerlo todo bajo control. No dejamos espacio al error, ni a la caída, queremos resolverlo todo, ser altamente eficaces y hacer del individualismo nuestro estandarte. Casi sin darnos cuenta, caemos en la trampa de esa autoexigencia voraz que nos castiga por ser falibles y que, poco a poco, alimenta el odio hacia nosotros mismos y marca distancias con los demás.
Muy pocos son felices desempeñando el papel del héroe solitario de su propia historia; ese que puede con todo y, aparentemente, no necesita a nadie…
A menudo, el hecho de permitir que otros nos ayuden o nos cuiden nos hace sentir débiles. Cuando este tipo de actos son actos de amor que nos fortalecen como seres humanos.
¿Por qué nos cuesta tanto permitir que nos ayuden?
“Deja que te cuiden, permite que los demás te ayuden”. Es muy posible que una voz dentro de ti te haya gritado esto mismo en alguna ocasión. Sin embargo, te sigues resistiendo a ello. ¿Cuál es la razón? ¿Por qué a muchas personas les cuesta tanto bajar la guardia, dejar caer sus barreras defensivas y dar paso a su vulnerabilidad?
Analizamos una de las principales causas.
Nuestro historial de apego
El tipo de apego que construimos con nuestros cuidadores en la infancia determina, en buena parte de los casos, el modo en que nos relacionamos con los demás y lo que esperamos de ellos. Por tanto, es frecuente que detrás de esa reticencia a ser ayudados y cuidados se esconda un apego inseguro-evitativo.
- En este caso, esa forma de vinculación define una situación en la que el niño se encuentra con notables carencias en su trato cotidiano con sus progenitores. En el apego inseguro-evitativo, la atención que se recibe de los padres suele ser caótica, desigual y falta de seguridad y afecto auténtico. No se validan las necesidades emocionales del pequeño y esto hace que, poco a poco, termine por desconfiar de sus padres.
De este modo, trabajos tan interesantes como el libro de los doctores Mario Mikulincer y Phillip R. Shaver, titulado Attachment in Adulthood (2017), destacan precisamente esta relación. Si crecimos bajo el sustrato de un apego inseguro-evitativo, aprendimos desde bien temprano que debíamos cuidar de nosotros mismos sin esperar nada de nadie.
Tengámoslo en cuenta, muy pocos sabrán qué es cuidar y ser cuidado, si jamás supieron lo que es la artesanía del afecto y el cariño. Muy pocos se permitirán ser vulnerables si tuvieron que aprender desde bien pequeños a esconder sus sentimientos para valerse por sí mismos.
A menudo, admitir que necesitamos algo de otra persona nos genera sentimientos de vergüenza, e incluso de angustia, debido a muchas de nuestras heridas de infancia.
Deja que te cuiden y descubrirás la fortaleza afectiva
Nada resulta tan complicado para quien está habituado a autoabastecerse a sí mismo como mostrarse vulnerable. Abrirse a los demás para revelar sus miedos, necesidades, pensamientos más profundos y ansiedad, les asusta y avergüenza, y no pueden porque su voz interna es muy crítica, porque creen que pedir ayuda y dejarse cuidar los hace falibles y débiles.
- Si este es tu caso, si es así como te sientes, da el paso. Deja que te cuiden derribando primero tus barreras defensivas. Nadie te va a juzgar por sincerarte y buscar cercanía.
- Si te sientes identificado, apaga ese diálogo interno que te acompaña desde la infancia y que te hace creer que no necesitas nada de nadie. Porque no es así. Déjate cuidar.
- Por si fueras tú una de esas personas que lleva media vida aparentando ser fuerte, admite que estás cansado de serlo. Sincérate y déjate arropar, descarga todos tus pesos y exigencias. Déjate cuidar y descubrirás la auténtica fortaleza, esa que nace del afecto y el cariño sincero.
Como dijo Brené Brown, la vulnerabilidad es el lugar de nacimiento de la conexión y la ruta de acceso al sentimiento de dignidad. Así que hazlo, ábrete a los demás, deja que te ayuden, que te quieran, que te escuchen y te cuiden. Solo entonces te querrás como mereces y darás un afecto auténtico a los demás.