«Perdona y olvida» no siempre es un buen consejo. La memoria no funciona a voluntad y el perdón es un ejercicio que lleva su tiempo y su proceso. Es más, en ocasiones, incluso sabiendo que es lo más saludable, es imposible otorgarlo.
En ocasiones, sucede: no podemos perdonar ni olvidar. Sabemos que lo ideal, lo más saludable y hasta necesario sería dar ese paso, el del ejercicio del perdón para poder pasar página. Sin embargo, nadie lo consigue de un día para otro. Porque no es un truco de magia ni un acto sencillo y, en ocasiones, ni siquiera existe el deseo expreso de hacerlo.
Cada uno arrastra sus experiencias adversas, las marcas de sus decepciones y hasta las esquirlas de experiencias traumáticas. Y efectivamente, lo más probable es que, a lo largo de nuestra vida, hallamos perdonado ya muchas cosas. En cambio, hay vivencias que dejan muesca permanente en el corazón, huecos donde se instala el poso de un dolor silencioso que todo lo altera.
Hay rencores que duran décadas y pasados que siguen muy presentes; es cierto. Y es cierto, también, que esa forma de existencia no es cómoda ni tampoco saludable. Aquello que persiste, se resiste y difumina nuestra capacidad para volver a confiar en la vida y las personas, nos resta bienestar y felicidad.
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¿Existe quizá alguna clave para superar este tipo de situaciones? Lo analizamos.
“Ser capaz de olvidar es la base de la cordura. Recordar incesantemente conduce a la obsesión y a la locura”.
-Jack London-
Cuando no podemos perdonar ni olvidar: ¿por qué ocurre?
Perdonar y olvidar es un consejo que hace eco en muchas paredes. Es como un adagio cultural con el que crecemos y que, en buena parte de los casos, integramos en nuestro registro mental. Hay países, en especial los situados en esa órbita más oriental, que ven en el ejercicio del perdón un modo de preservar la armonía social.
Sin embargo, en occidente usamos el perdón como ese mecanismo individual con el que aliviar una carga, recuperar el equilibrio psicológico y poder cerrar una etapa. Con esto queremos dejar algo muy claro: las personas sabemos que dar el perdón es recomendable y también un ejercicio de salud mental. Ahora bien, el problema llega cuando no podemos perdonar ni olvidar.
La ciencia lleva estudiando bastante tiempo este tipo de fenómeno. De hecho, para la psicología también es llamativo ver las diferencias individuales que hay entre nosotros. Hay personas capaces de perdonar actos gravísimos (calumnias, infidelidades, robos…). Otras, en cambio, no perdonan ni que alguien de su entorno olvide su cumpleaños.
¿A qué se deben estas singularidades?
Perdonar siempre es una opción personal, un acto de voluntad que llega (o no) cuando uno se siente preparado.
El perdón no es una elección, es un proceso
Hay un aspecto que debemos comprender en primer lugar. Cuando no podemos perdonar ni olvidar, la razón está en el daño emocional sufrido. Cuanto mayor es el peso de la afrenta sufrida, más tiempo se requiere para procesar lo sucedido e ir sanando capa a capa, ese sufrimiento. Y como siempre sucede, cada persona lleva su ritmo. No todos lo hacen a la misma velocidad.
Por lo general, perdonar a quien nos hice daño forma parte del epílogo de ese delicado viaje de sanación. Es el punto final con el que se espera, por fin, poder desprendernos del todo de una etapa. Hay quien lo hace antes porque ha procesado y aceptado más rápido la experiencia vivida.
Otros, en cambio, no lo harán nunca. Bien porque no lo desean o porque permanecen atascados, atrapados en la ira y el rencor. No poder desprendernos de las emociones de valencia negativa, retroalimentan el recuerdo y, en consecuencia, el sufrimiento.
Así, trabajos de investigación como el publicado en la Universidad de Múnich, nos indican algo interesante. Solo cuando uno es capaz de dar un perdón emocional, obtendrá un mayor bienestar mental. Sin embargo, quienes “perdonan por obligación” (perdón hueco), no logran avance ninguno porque el rencor aún habita en ellos.
Lo sucedido fue traumático y no deseamos perdonar
Es evidente que el perdón es una elección muy personal. También es cierto que hay experiencias traumáticas en las que el dolor es tan inmenso que no cabe esa opción. Una vez más, cabe señalar que cada vivencia es única y que hay que comprender toda particularidad.
Ahora bien, Robert Enright, líder de la International Forgiveness Institute y pionero en el estudio del perdón, indica algo muy relevante. Las personas arrastramos a ideas a menudo equivocadas sobre lo que es el perdón. Es decisivo tener presente algunas claves:
- Perdonar no es excusar el mal realizado. Cuando uno ofrece su perdón, no está justificando nada, ni espera aún menos una reconciliación.
- El acto de perdonar tiene como finalidad finalizar una etapa, reducir el resentimiento, la ira y ese malestar emocional que puede conducirnos hasta estados mentales de elevado desgaste crónico.
A veces, el resentimiento permanece en lo más profundo de nuestro ser, alterando el modo en que nos relacionamos con los demás. El perdón forma parte de toda sanación emocional y siempre es recomendable dar ese paso final. Aunque obviamente, hacerlo o no es una elección muy personal.
Cuando no podemos perdonar ni olvidar: ¿qué consecuencias puede tener?
Cada uno arrastra sus propias historias, sus “podría haber sido”, sus “podría haber hecho”. Sin embargo, cuantos más rencores guardemos en nuestra mochila existencial, peor será nuestra calidad de vida. Cuando no podemos perdonar ni olvidar una afrenta del pasado, el aquí y ahora puede volverse insostenible.
Podemos perder la confianza en las personas, volvernos temerosos, ser víctimas de la ansiedad, del estrés postraumático, de recuerdos que llenan las noches de insomnio. Si nos cuesta tener el control de nuestras vidas, solicitemos ayuda experta. Conceder o no el perdón a quien nos hizo daño es una opción que llegará o no en su momento. Lo necesario es atender esas heridas, ese malestar psicológico.
Sea como sea, tengamos algo en cuenta. Investigaciones, como las realizadas en la Universidad de San Andrés, nos indican que el acto de perdonar reduce el sufrimiento emocional, y entonces, los recuerdos dejan de estar tan presentes. Es entonces cuando dejamos espacio a nuevas oportunidades y felicidades. Intentarlo es una buena opción.