¿Qué ocurre en nuestro cerebro cuando pasamos del amor al odio?

¿Has experimentado alguna vez un pinchazo de odio puntual hacia una persona que amabas? Esta experiencia tan contradictoria es más común de lo que pensamos y tiene una explicación neurológica. ¡En este artículo te la contamos!

¿Has experimentado alguna “relación tempestuosa”? Quien más y quien menos ha lidiado con una relación afectiva de lo más apasionada que ha derivado, casi sin saber cómo, en el precipicio del odio. También hay hermanos cuyo vínculo oscila entre la complicidad y los desacuerdos marcados. ¿Y qué podemos decir de algunas amistades?

Hay momentos en que detestamos lo indecible a esos mejores amigos del alma para, poco después, sentir que son los seres más especialices que habitan el planeta. Las personas somos capaces de experimentar estados emocionales realmente complejos, en los que estén presentes emociones que aparentemente podríamos decir que son contrarias o incompatibles.

¿Es cosa nuestra o hay algún fallo en nuestro cerebro? En realidad, del amor al odio hay algo más que un paso. Lo que existe es una autovía de dos carriles de ida y vuelta. Las emociones más poderosas y definitorias del ser humano son también las más conocidas por la neurociencia. Por ello, podemos aportar interesantes explicaciones sobre por qué experimentamos esa desconcertante sensación, la de querer y detestar a alguien a la vez.



La literatura y el cine nos ha hecho ver que cuanto más intenso es el amor, más intenso puede ser el odio. Ahora la ciencia da la razón a dicha premisa.

El amor y el odio en el cerebro: un fenómeno emocional más tormentoso

El amor puede transformarse en odio en cuestión de segundos. Casi en menos tiempo de lo que se tarda en chasquear los dedos; un acontecimiento en un momento determinado puede cambiarlo todo a nivel emocional. Esa extraña alquimia ha llamado desde siempre la atención del cine, la televisión y la literatura. Y, por supuesto, de la ciencia. Basta con tener un desacuerdo para que, al instante, asome esa emoción turbadora y volcánica que arrastra y lo nubla todo: el odio.

A menudo suele decirse que solo podemos odiar a quien amamos en alguna ocasión. La frase suena de lo más poética, sin embargo, el odio y el desprecio también puede surgir hacia personas con quienes no tenemos un vínculo relacional. Sin embargo, el rencor que emerge ante una figura cercana y que forma parte de nuestra vida configura una experiencia única y, en ocasiones, hasta peligrosa.

A veces, el odio también puede conducir a la agresividad y este es un hecho frecuente en los contextos afectivos y familiares. Ejemplo de ello es la violencia que surge en las relaciones de pareja o en los lazos paterno-filiales. Hay ocasiones en que quién más nos quiere, puede ser quién más daño nos haga.

“Tú sabes que cuando te odio es porque te amo hasta el punto de la pasión que desquicia mi alma”.

-Julie de Lespinasse-

La región insular, territorio de tormentos emocionales

Los avances en las técnicas de neuroimagen nos han permitido comprender muchos de los misterios del mundo de la neurociencia. El amor y el odio en el cerebro lleva bastante tiempo estudiándose a través de resonancias magnéticas. Así, uno de los trabajos más destacables es el realizado por el University College de Londres en el 2008.

Algo que pudo descubrirse es que la ínsula es esa región cerebral que modula la intensidad y la valencia emocional, es decir, si esa emoción experimentada es positiva o negativa. Un dato revelador que se descubrió es cómo en esta área se produce lo que conocemos ya como “efecto de excitación de la emoción”.

Se trata de un fenómeno en el que un estado emocional pasa de la positividad (amor) a la negatividad (odio) en cuestión de segundos. La ínsula es la que nos supedita a esos estados de ambivalencia absoluta en los que alternar del afecto más intenso, al desprecio más devastador…

Cuando el amor y la agresividad comparten unas mismas regiones cerebrales

El amor y el odio en el cerebro comparten unas mismas vías y estructuras cerebrales. El neurólogo Semir Zeki, autor del trabajo antes citado, señala que tanto la propia ínsula como el putamen se activan durante esas dos emociones. No hay distinción. Experimentamos el enamoramiento en las mismas regiones neurales que sentimos odio, desprecio y desafecto por alguien en concreto.

Asimismo, es importante destacar que la agresividad y la conducta violenta pueden activarse en esas mismas áreas del putamen y la ínsula. No deja de ser llamativo que hechos como el deseo de venganza y de hacer daño se procesen en las mismas estructuras que median en el amor romántico.

Esto explica muchas conductas violentas dentro de las relaciones. Hay quien, llevado por los celos, el odio momentáneo o el desafecto, traduce esa emoción turbadora en una agresión. Y lo hace a pesar de amar a la persona a la que se hace daño. Obviamente, en este tipo de reacciones median muchas más variables, como el control de los impulsos o los modelos educativos con los que se ha crecido.

Experimentar amor y odio a la vez nos genera una gran contradicción y también agotamiento. Sin embargo, esa ambivalencia emocional cumple una finalidad y es potenciar la autoconciencia.

La ambivalencia emocional tiene una finalidad

Puede resultar inquietante que el amor y el odio en el cerebro sean como una autopista de ida y vuelta. También que, en determinadas personas, pueda ser el mecanismo que desencadene la violencia. Sin embargo, existe otro dato que debe hacernos reflexionar.

La ambivalencia emocional, entendida como experimentar a la vez dos sentimientos contradictorios, tiene un fin y un sentido. La doctora Laura Ress, de la Universidad de Michigan, indica en un estudio que esa sensación incómoda nos impulsa hacia la autoconciencia. También a la obligación de emitir un juicio, de tomar una decisión.

Esa incomodidad psicológica que se deriva de la contradicción de nuestras emociones evidencia un malestar. Hay algo que no va bien en esa relación y, por tanto, debemos resolverlo. Es aquí donde entran en juego procesos como la reflexión y la inteligencia emocional.

De este modo, antes de dejarnos llevar por los gritos y las desavenencias, promovamos el diálogo, resolvamos nuestras diferencias. Dejemos que el amor venza siempre al odio.

Valeria Sabater.

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