Un estudio liderado por el reputado psicólogo social Jonathan Haidt, junto con la encuestadora Harris Poll, ha analizado a más de 1.000 jóvenes de la generación Z (entre 18 y 27 años) en Estados Unidos, arrojando algo de luz sobre la compleja relación de esta generación con las redes sociales y los trastornos que podrían derivar de su uso.
La pregunta clave sigue en el aire: ¿Las redes sociales han sido, a pesar de todo, un buen invento?
Haidt, que también ha escrito el bestseller ‘The anxious generation’ (la generación ansiosa) y defiende cuatro principios básicos en lo referente a redes sociales y smartphones: nada de móviles antes de haber llegado al instituto, nada de redes sociales antes de los 16 años, nada de móviles en los colegios y más juegos sin supervisión, ha discuto los resultados de su investigación en un ensayo de opinión publicado en el New York Times.
Haidt, conocido por su bestseller The Anxious Generation (La generación ansiosa), defiende cuatro principios básicos sobre el uso de tecnología: nada de móviles antes de haber llegado al instituto, nada de redes sociales antes de los 16 años, y más tiempo para el juego sin supervisión. Haidt ha compartido recientemente los hallazgos de su investigación en un artículo de opinión en The New York Times, aunque algunos expertos critican que sus propuestas podrían promover una «agenda política peligrosa», sugiriendo que la regulación que defiende podría, en realidad, dañar a los niños.
En su libro, Haidt sostiene que los smartphones y las redes sociales han «reconfigurado» los cerebros de los niños, haciéndolos más vulnerables a la ansiedad y la depresión. No obstante, otros investigadores señalan que Haidt selecciona cuidadosamente los datos que respaldan sus argumentos, dejando de lado aquellos que los contradicen. La principal preocupación de sus colegas es que, al elegir estos datos, Haidt esté alimentando temores preexistentes en lugar de ofrecer un análisis objetivo.
En un artículo de The Atlantic, la psicóloga Candice L. Odgers responde a las afirmaciones de Haidt. Con más de 20 años de experiencia, Odgers ha estudiado el impacto de los smartphones en la salud mental de niños y adolescentes, y sus investigaciones han encontrado poco o ningún vínculo directo entre el uso de redes sociales y la aparición de trastornos como la depresión o la ansiedad.
Además, en una entrevista en la PBS (la red de televisión pública de Estados Unidos), Haidt incluso llegó a sugerir que el aumento de la población trans entre los jóvenes está vinculado a un «contagio social», una afirmación que ha generado aún más polémica. Haidt ya había planteado posturas similares en su libro de 2018, The Coddling of the American Mind (traducido en España como La transformación de la mente moderna), donde argumenta que los padres deben dejar de sobreproteger a sus hijos para que puedan desarrollar resiliencia.
En su perfil de Substack, After Babel, Haidt ha seguido defendiendo su postura, afirmando que «las redes sociales son una causa significativa, no solo un factor menor, de la depresión y la ansiedad». De hecho, planea lanzar un nuevo libro este año, titulado provisionalmente Kids In Space: Why Teen Mental Health is Collapsing (Niños en el espacio: por qué está colapsando la salud mental de los adolescentes).
A pesar de las contundentes declaraciones de Haidt, sus investigaciones se basan en encuestas correlacionales, lo que implica que no se puede establecer una causalidad clara. En este sentido, algunos críticos señalan que los jóvenes que ya padecen ansiedad o depresión podrían ser precisamente más propensos a pasar tiempo en redes sociales, en lugar de que estas plataformas sean las causantes de sus problemas de salud mental.
Es innegable que las redes sociales pueden tener efectos negativos, pero eliminarlas o restringir su uso no resolverá de forma automática los problemas de ansiedad o depresión en los jóvenes. En cuanto al último estudio de Haidt, en el que señala el arrepentimiento de la generación Z por el uso de redes sociales, pero no por plataformas como Netflix o YouTube, el psicólogo sugiere que si los smartphones solo sirvieran para enviar mensajes, ver películas o buscar información —sin los algoritmos que buscan enganchar a los usuarios— habría mucho menos arrepentimiento y resentimiento respecto a las redes sociales.
Por ahora, el Congreso de Estados Unidos está debatiendo la ley de seguridad infantil en Internet, y Haidt insta a los legisladores a tomar medidas más estrictas para proteger a los jóvenes del impacto de las redes sociales. En su última tribuna en el New York Times el investigador social anima a reflexionar sobre qué pasaría si los walkie-talkies estuvieran haciendo daño a millones de jóvenes y una tercera parte de ellos afirmaran que no desearían que existieran y, aun así, se sintieran obligados a usarlos durante cinco horas al día.
No obstante, estudios recientes contradicen parte de las afirmaciones de Haidt. Una investigación global realizada en más de 200 países no encontró correlaciones claras entre el uso de redes sociales y los trastornos mentales, e incluso sugirió que las tasas de suicidio han disminuido entre adolescentes, a pesar del auge de la tecnología digital. Además, según reflejan los datos, tampoco parece haber habido un descenso en el nivel de satisfacción vital entre los adolescentes desde 2012.
Aunque las preocupaciones de Haidt sobre los peligros de las redes sociales son válidas en cierto sentido, su enfoque puede ser demasiado limitado. Quizá, en lugar de demonizar la tecnología, sea hora de explorar cómo aprovecharla de manera más positiva y saludable para las generaciones más jóvenes.