«Me alegro de haber aprendido a hacer ecuaciones de segundo grado en vez de cómo hacer la declaración de la renta. Me ha resultado muy útil esta campaña de fórmulas».
Seguro que has escuchado alguna vez el clásico meme que representa a alguien aprendiendo matemáticas de segundo nivel en la campaña de la declaración de la renta. Realmente me llega al corazón… —y no soy la única—.
Yo, por ejemplo, soy una persona que ha recibido una buena educación.
Mis padres tenían conocimientos financieros, el hábito de la previsión y los recursos para ahorrar dinero para mi educación. Pusieron en marcha un plan de ahorro universitario poco después de que yo naciera, que pagó mi primer título universitario. Terminé la carrera con muy pocas deudas, lo que me permitió pagarme el máster por mi cuenta.
Con este telón de fondo ya te puedes hacer una idea de mi sorpresa cuando empecé a trabajar en una organización nacional dedicada a formar a otras personas en diferentes ámbitos —entre ellos, las finanzas— y me di cuenta de que, a mis 30 años, sabía muy poco sobre la gestión del dinero.
Para ser algo tan vital para nuestro éxito en esta economía, es increíble que la gestión del dinero siga siendo un misterio para muchos de nosotros.
Durante mi etapa de trabajo en esta organización, estaba en contacto directo con monitores de talleres y profesores que impartían nuestro programa de educación financiera a alumnos de todas las profesiones y condiciones sociales. Y también gestionaba una cartera de programas de alfabetización, por lo que mi trabajo consistía en conocer los entresijos de nuestros cursos.
Gran parte de mi trabajo iba orientado a concienciar sobre la necesidad de la educación financiera y abogar por el aprendizaje permanente. Y, por supuesto, enseguida adopté la perspectiva de que la alfabetización existe en todo un espectro: puedes estar muy alfabetizado en algunas áreas de tu vida y ser más débil en otras.
De hecho, gracias a mi trabajo en esta organización, asumí mi falta de conocimientos financieros y tomé medidas para mejorar mi gestión del dinero.
En el camino aprendí tres lecciones clave, que te comparto a continuación:
1. El dinero es un tema emocional y tabú
Hay ciertas cosas en la vida, que suelen ser muy importantes, que a la mayoría de nosotros no nos enseñan en la escuela. Las aprendemos sobre la marcha, por ensayo y error. La gestión eficaz del dinero es una de ellas.
Hay institutos que tienen asignaturas obligatorias sobre otras habilidades para la vida, como la economía doméstica o la educación cívica, pero pocos incluyen conocimientos financieros en sus planes de estudios. Yo, por ejemplo, aprendí a hornear una tarta, a hacer una funda de almohada en la asignatura de Estudios Familiares y a construir una estantería en la de Tecnología del Diseño, pero casi todas mis lecciones sobre el dinero las aprendí por las malas.
Por lo que la mayoría de nosotros no aprendemos a administrar nuestro dinero en la escuela y acabamos sintiéndonos avergonzados de pedir ayuda a otros que sí que saben —porque es algo que todo el mundo debería saber—.
Pero ha sido precisamente la jerga financiera, la falta de una comunicación clara sobre los servicios financieros, su funcionamiento y los malos hábitos que pueden derivarse de conceptos erróneos sobre temas como el crédito, por ejemplo, han llevado a muchas organizaciones sin ánimo de lucro a crear contenidos educativos para ayudar a la gente a mejorar sus conocimientos financieros.
Existen muchos programas gratuitos que se centran en áreas como la reducción de la deuda, la creación de ahorros, el conocimiento de los derechos sobre el dinero y los conceptos bancarios básicos. Si quieres aumentar tus conocimientos financieros, sean cuales sean, empieza por ponerte en contacto con tu banco, busca patrocinados o incluso iniciativas del Gobierno.
2. Hay deuda buena y deuda mala, y son muy diferentes
Sí, es cierto: hay deuda buena y deuda mala.
Las estructuras bancarias y financieras están diseñadas para depender del crédito. Necesitamos crédito para comprar una casa, alquilar un piso, alquilar un coche y, en algunos casos, para conseguir un trabajo…
Una buena puntuación crediticia significa que tienes un historial de pago puntual de tus deudas. Un mal crédito significa que no. Pero para acumular crédito, necesitas una tarjeta de crédito o un préstamo —algo que demuestre que sabes administrar tu dinero—.
La mayoría de los adultos piensan que todas las deudas son malas. Pero, ¿y una hipoteca?
¿A cuántas personas conoces que hayan comprado su primera casa al contado? Una hipoteca, siempre que esté dentro de tus posibilidades, suele considerarse una buena deuda. Es el tipo de deuda que se paga de forma lenta y constante, lo que aumenta el crédito y demuestra a los acreedores que eres una apuesta segura.
Yo compré mi primera casa hace poco más de un año, mudándome de una gran ciudad a un pueblo pequeño. Mi hipoteca es algo más de la mitad de lo que costaba el alquiler de mi humilde apartamento de un dormitorio en la ciudad. Cuando compré la casa, llevaba casi diez años sin deudas, así que tardé un tiempo en hacerme a la idea de que endeudarse era una buena idea.
Ahora, la deuda mala. Es la deuda que acumulamos en las tarjetas de crédito mientras vivimos por encima de nuestras posibilidades. Utilizar la tarjeta de crédito para pagar las facturas y hacer la compra, es una deuda buena siempre y cuando la pagues a cero al final de cada mes. Si no puedes liquidarlo a final de mes todo, estás viviendo por encima de tus posibilidades.
3. Pagarse a uno mismo primero es una forma sencilla de ahorrar e invertir
Otro principio sencillo pero eficaz de gestión del dinero que aprendí fue el de pagarme a mí misma primero. Según la psicología del dinero, pagar es doloroso. Cada vez que pagamos por algo, se activa el centro del dolor en nuestro cerebro.
Así que, para evitar esta respuesta, una de las mejores y menos dolorosas formas de ahorrar e invertir es establecer transferencias automáticas desde tu cuenta bancaria cada mes por un importe que te permita cubrir tus necesidades básicas. Si el dinero sale directamente de tu cuenta cada mes, es como si nunca hubiera existido, como si nunca hubiera estado realmente disponible para gastar.
Con cada nuevo cambio en mis ingresos, ajusto los importes de mis transferencias automáticas mensuales: una a mi cuenta de ahorro para reformas y la otra a una cuenta de valores.
Cuando el verano pasado dejé mi trabajo fijo, asalariado y sin ánimo de lucro, para trabajar por cuenta propia, reduje las cantidades mensuales y las he ido aumentando y ajustando gradualmente a medida que adquiría una mejor idea de mis ingresos de media.
El dinero es inherentemente emocional. Y es un tema tabú en la mayoría de las culturas occidentales, por lo que tenemos todas las de perder si no empezamos a impartir educación financiera en las escuelas y nos sentimos cómodos hablando de algo tan importante.
Como escritora y ahora educadora, sigo trabajando y defendiendo la alfabetización. Ayudar a los estudiantes adultos a aumentar sus conocimientos financieros me ha servido para aumentar mi autoconfianza y aprender a gestionar mi dinero con seguridad.