Los 43 mejores poemas de amor cortos para dedicar

El amor, por excelencia, es el tema que los grandes poetas eligen para sus composiciones. Descubre estos fascinantes versos para dedicar y despierta las emociones más profundas.

Expresar el amor puede ser tan complicado como intentar capturar el viento, ¿no te parece? Nos cuesta encontrar las palabras justas que en realidad transmitan todo eso que sentimos en el pecho. Así que aquí estamos para ayudarte a desentrañar ese embrollo emocional con algunos poemas cortos de amor escritos por los más destacados autores.

Poemas de amor cortos escritos por Pablo Neruda

El renombrado poeta chileno Pablo Neruda nos legó un vasto y apasionado universo lírico que perdura a lo largo del tiempo. Sus versos, tejidos con maestría, exploran las complejidades del amor en todas sus formas. Sumérgete en la poesía de Neruda y elige el poema que más resuene contigo.

1. Soneto XVII

No te amo como si fueras rosa de sal, topacio

o flecha de claveles que propagan el fuego:

te amo como se aman ciertas cosas oscuras,

secretamente, entre la sombra y el alma.

Te amo como la planta que no florece y lleva

dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,

y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo

el apretado aroma que ascendió de la tierra.

Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde,

te amo directamente sin problemas ni orgullo:

así te amo porque no sé amar de otra manera,

sino así de este modo en que no soy ni eres,

tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,

tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.

2. Soneto XLV

No estés lejos de mí un sólo día, porque cómo,

porque, no sé decírtelo, a lo largo del día,

te estaré esperando como en las estaciones

cuando en alguna parte se durmieron los trenes.

No te vayas por una hora porque entonces

en esa hora se juntan las gotas del desvelo

y tal vez todo el humo que anda buscando casa

venga a matar aún mi corazón perdido.

Ay que no se quebrante tu silueta en la arena,

ay que no vuelen tus párpados en la ausencia:

no te vayas por un minuto, bienamada,

porque en ese minuto te habrás ido tan lejos

que yo cruzaré toda la vida preguntando

si volverás o si me dejarás muriendo.

3. Soneto XCIII

Si alguna vez tu pecho se detiene,

si algo deja de andar ardiendo por tus venas,

si tu voz en tu boca se va sin ser palabra,

si tus manos se olvidan de volar y se duermen,

Matilde, amor, deja tus labios entreabiertos,

porque ese último beso debe durar conmigo,

debe quedar inmóvil para siempre en tu boca,

porque así también me acompañe en mi muerte.

Me moriré besando tu boca fría,

abrazando el racimo perdido de tu cuerpo,

y buscando la luz de tus ojos cerrados.

Y así cuando la tierra reciba nuestro abrazo

iremos confundidos a una sola muerte

a vivir para siempre la eternidad de un beso.

4. Soneto LXXXIII 

Es bueno, amor, sentirte cerca de mí en la noche,

invisible en tu sueño, seriamente nocturna,

mientras yo desenredo mis preocupaciones

como si fueran redes confundidas.

Ausente, por los sueños tu corazón navega,

pero tu cuerpo así abandonado respira

buscándome sin verme, completando mi sueño

como una planta que se duplica en la sombra.

Erguida, serás otra que vivirá mañana,

pero de las fronteras perdidas en la noche,

de este ser y no ser en que nos encontramos

algo queda acercándonos en la luz de la vida

como si el sello de la sombra señalara

con fuego sus secretas criaturas.

5. Poema 1

Cuerpo de mujer, colinas blancas, muslos blancos,

te pareces al mundo en tu actitud de entrega.

Mi cuerpo de labriego salvaje te socava

y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.

Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros

y en mí la noche entraba su invasión poderosa.

Para sobrevivirme te forjé como un arma,

como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.

Pero cae la hora de la venganza, y te amo.

Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.

Ah, los vasos del pecho. Ah, los ojos de ausencia.

Ah, las rosas del pubis.  Ah, tu voz lenta y triste.

Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia.

Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso.

Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,

y la fatiga sigue, y el dolor infinito.

6. Soneto XXII

Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo

sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,

en regiones contrarias, en un mediodía quemante:

eras sólo el aroma de los cereales que amor.

Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa

en Angol, a la luz de la luna de Junio,

o eras tú la cintura de aquella guitarra

que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.

Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.

En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.

Pero yo ya sabía cómo era. De pronto

mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:

frente a mis ojos estabas, reinándome y reinas.

Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.

7. Soneto XXVII

Desnuda eres tan simple como una de tus manos:

lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente.

Tienes líneas de luna, caminos de manzana.

Desnuda eres delgada como el trigo desnudo.

Desnuda eres azul como la noche en Cuba:

tienes enredaderas y estrellas en el pelo.

Desnuda eres redonda y amarilla

como el verano en una iglesia de oro.

Desnuda eres pequeña como una de tus uñas:

curva, sutil, rosada hasta que nace el día

y te metes en el subterráneo del mundo

como en un largo túnel de trajes y trabajados:

tu claridad se apaga, se viste, se deshoja

y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.

8. Sed de ti

Sed de ti me acosa en las noches hambrientas.

Trémula mano roja que hasta su vida se alza.

Ebria de sed, loca sed, sed de selva en sequía.

Sed de metal ardiendo, sed de raíces ávidas…

Por eso eres la sed y lo que ha de saciarla.

Cómo poder no amarte si he de amarte por eso.

Si esa es la amarra cómo poder cortarla, cómo.

Cómo si hasta mis huesos tienen sed de tus huesos.

Sed de ti, guirnalda atroz y dulce.

Sed de ti que en las noches me muerde como un perro.

Los ojos tienen sed, para qué están tus ojos.

La boca tiene sed, para qué están tus besos.

El alma está incendiada de estas brasas que te aman.

El cuerpo incendio vivo que ha de quemar tu cuerpo.

De sed. Sed infinita. Sed que busca tu sed.

Y en ella se aniquila como el agua en el fuego.

Continuación en la página siguiente>>>

Sharon Laura Capeluto.

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