¿Qué sucede cuando la principal motivación es la de que los demás se den cuenta de todos nuestros progresos? Lo analizamos.
Existen personas que trabajan para expandir su ego, la pregunta es: ¿qué consiguen realmente? Trabajar solo para sentirnos admirados por los demás en lugar de realizados puede conducirnos a la ineptitud; además de ser un auténtico fiasco, tanto para la salud mental como para la profesión que se desempeña.
Si no hubiera existido tanto ego en ciertos profesionales, quizás hoy en día estaríamos mejor nutridos, mejor informados y tendríamos una mejor salud psicológica.
El reconocimiento como único fin
Elizabeth Holmes podría haber sido una buena trabajadora, pero su exceso de ego hizo que dedicara demasiada energía a asegurarse de que los demás se enteraran de cada paso que daba. Fue así como se convirtió en una multimillonaria como pocas y estafadora como muchas.
La fundadora de Theranos, la compañía de análisis de sangre a través de biotecnología, actualmente se enfrenta a cargos por fraude y podría pasar hasta 20 años en prisión. Antes de que su cadena de mentiras saliera a la luz, Holmes era una empresaria apreciada que aparecía en los listados de personas influyentes.
Exigía mucho de sus empleados, adoraba a Steve Jobs y su única aspiración (nada más y nada menos) era convertirse en multimillonaria y construir un imperio. Al final de Bad Blood, el libro de John Carreyrou sobre Theranos, se plantea la cuestión de si Elisabeth podría ser considerada o no una sociópata.
El caso de Holmes es un ejemplo muy evidente de personas workalcoholic, aunque en su caso no era adicción al trabajo, sino al ego que su supuesto trabajo le proporcionaba. A este tipo de personas les da igual crear una máquina defectuosa, tratar mal a un cliente o ser fríos con un paciente en terapia.
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Alimentar egos de forma innecesaria crea profesionales de este tipo, trabajadores más preocupados en verse validados ante el mundo que en crear algo bonito, profundo o útil. La vanidad es lo único que persiguen, y en el camino van confundiendo a muchos y defraudando a otros tantos.
La ineptitud de la vanidad
Cuando estamos atrapados en las garras del anhelo del ego por tener más y más prestigio, perdemos el control. El ego nos hace susceptibles a la manipulación, estrecha nuestro campo de visión y corrompe nuestro comportamiento, a menudo haciendo que actuemos en contra de nuestros valores.
Cuando somos víctimas de nuestra propia necesidad de ser vistos como “grandes o importantes” terminamos tomando decisiones que pueden ser perjudiciales para nosotros, nuestra gente y nuestro trabajo.
Trabajamos solo para obtener reconocimiento, nos corrompe
Un ego inflado también corrompe el comportamiento. Cuando creemos que somos los únicos arquitectos de nuestro éxito, tendemos a ser más groseros, más egoístas y más propensos a interrumpir a los demás. Esto es especialmente cierto frente a los contratiempos y a las críticas.
De esta manera, un ego inflado nos impide aprender de nuestros errores y crea un muro defensivo que dificulta apreciar las ricas lecciones que extraemos del fracaso. Es decir, el ego elimina la humildad necesaria para aprender y ser mejores en el trabajo.
El ego siempre busca información que confirme lo que quiere creer. Básicamente, un gran ego nos hace tener un fuerte sesgo de confirmación. Debido a esto, perdemos la perspectiva y terminamos en una burbuja de liderazgo en la que solo vemos y escuchamos lo que queremos.
Como resultado, perdemos el contacto con las personas que lideramos, la cultura de la que formamos parte y, en última instancia, con los clientes y las partes interesadas. Nuestro ego nos hace ser menos eficientes, porque nos hace perder naturalidad para relacionarnos, humildad para aprender y amabilidad para tratar con los demás.
Consejos para cambiar y liberarse de un ego inflado
Liberarse de un ego excesivamente protector e inflado es un trabajo importante. Requiere reflexión y coraje. A continuación, dejamos algunos consejos para ser mejores jefes y compañeros:
- Considerar las ventajas y los privilegios que ofrece el trabajo. Algunos de ellos permiten trabajar con eficacia. Otros, sin embargo, son simplemente beneficios para promover estatus y poder y, en última instancia, el ego. Hay que procurar quedarse solo con las ventajas que ayudan a realizar un mejor trabajo, no con las que solo recalcan la importancia de una persona sobre los demás. Esto promoverá la eficiencia y el ahorro de energía personal.
- Apoyar, desarrollar y trabajar con personas que no alimentan el ego personal de otros, como medio de escalar en una empresa. No aportarán nunca nada genuino y auténtico, ni a nivel personal ni empresarial.
- Contratar a personas inteligentes para hablar y discutir puntos del trabajo y que estén capacitados para asumir una opinión diferente sin sentirse atacadas personalmente. Este tipo de personas no alimentan un falso ego, sino que estimulan las ganas de aprendizaje real.
- La humildad y la gratitud son piedras angulares del desinterés. Tomarse un momento al final de cada día para reflexionar sobre las personas que fueron parte de este, que nos ayudaron con tareas de la casa o a llegar a un lugar a tiempo. Esto ayuda a desarrollar un sentido natural de la humildad y de la gratitud.
Con frecuencia, el éxito (el salario más alto, la mejor oficina, las risas fáciles) nos hace sentir como si hubiéramos encontrado la respuesta eterna para ser un líder. Sin embargo, la realidad es que no lo hemos hecho. El liderazgo se trata de personas, y las personas cambian todos los días.
Si creemos que hemos encontrado la clave universal para liderar personas, simplemente la hemos perdido. Si dejamos que el ego determine lo que vemos, lo que oímos y lo que creemos, dejaremos que nuestro éxito pasado dañe nuestro éxito futuro. Por tanto, podemos concluir que el ego puede ser enemigo de un trabajo eficiente, lo vean o no los demás.