Desde que naces te sientes expuesto a las miradas, juicios y narrativas sociales. ¿Sabes de qué manera te condiciona esta dinámica? Te lo explicamos, a continuación.
En tu infancia ya te diste cuenta de algo muy importante: la necesidad de integrarte en tu entorno, asumir unos códigos de conducta e incluso imitar determinadas dinámicas facilitaba la aceptación y validación por parte de otros. La presión social es la que hizo desde bien temprano que siguieras ciertas narrativas que no siempre mediaron en tu bienestar.
Es cierto que, a veces, tu cultura, familia y grupo de amigos ejerció —y ejerce aún— sobre ti numerosos beneficios. Pero, en otras ocasiones, te sientes presionado/a y no sabes muy bien cómo responder. Te inquieta ser juzgado/a, recibir críticas o, lo peor de todo, que te rechacen. La exclusión social es algo que a nadie le agrada y que procuras prevenir, pero ¿a qué precio? Profundicemos un poco más.
«La desaparición del sentido de responsabilidad es la consecuencia más peligrosa de la sumisión a la autoridad».
Presión social: ¿qué es y cómo te influye?
La presión social es la influencia que la sociedad, los grupos e individuos ejercen sobre ti. Su finalidad es que te ajustes a ciertas normas y expectativas para ser aceptado/a en un escenario determinado. Asimismo, no nos equivocamos si te decimos que esta dinámica es, a veces, una de tus mayores fuentes de sufrimiento silencioso.
La psicología social lleva décadas estudiando este fenómeno. Así, figuras como Solomon Ash, Muzafer Sherif o Stanley Milgram, nos enseñaron cómo las personas, en ciertos contextos, alteramos nuestra conducta y hasta renunciamos a firmes valores solo por sentirnos integradas. En seguida, explicamos de qué manera te influye esta dimensión.
La conformidad
Una de las formas más comunes en que la presión social te condiciona es a través de la conformidad. A menudo, con el fin de encajar en un grupo, terminas por diluirte en las expectativas y normas ajenas. Esto hace que, en ocasiones, lleves a cabo a acciones que van en contra de tus propios principios y valores personales solo por sentirte integrado/a.
Esto mismo lo observó la Universidad de Belmont en una investigación. En un experimento detectaron cómo los individuos eran más propensos a hacer trampa cuando sus compañeros se lo pedían. Uno llega a rendirse y a seguir las normas del entorno sin oponerse, con el fin de mantener la alianza con ciertos grupos sociales.
La obediencia
¿Conoces el clásico experimento que realizó el psicólogo social Stanley Milgram en la Universidad de Yale y que, más tarde, se publicó en The Journal of Abnormal and Social Psychology? Aquella dinámica tenía como objetivo investigar hasta qué punto el ser humano está dispuesto a obedecer las órdenes de una autoridad.
Lo que pudo verse es que, a veces, la presión de ciertas figuras de mayor estatus hace que algunos individuos sean capaces de causar dolor a otras personas. La obediencia derivada de la presión social quizás conlleva a que se ponga en tela de juicio hasta tu propia moralidad. Son dinámicas muy complejas.
Seguir normas sociales no escritas
Tu forma de vestir, de relacionarte, lo que compras y hasta qué series de moda ver. Buena parte de tu conducta está regida por normas sociales no escritas que sigues para construir tu sentido de pertenencia. Tal vez evitas ciertas modas y condicionamientos, pero a la hora de interaccionar con tu entorno, sabes que es clave seguir unos mismos códigos.
Presión social también es tener un móvil, una cuenta en una red social o ver el último éxito de Netflix. Muchas de las cosas que defines como «normales» son, en realidad, construcciones artificiales del entorno psicosocial que te contiene.
Efectos emocionales
¿Cuántas veces en tu vida te has sentido mal por no encajar o ser juzgado/a por tu entorno? Sin duda muchas. Es más, todavía en la adultez esa presión existe y te estresa. La tienen, por ejemplo, las madres que no optan por la lactancia materna y son criticadas por sus amigas. También, quien se siente mejor en la soltería que en la vida en pareja.
Otra muestra de este fenómeno la describe un artículo de la revista Scientific Reports. En este trabajo se evidencia la presión social que existe en muchas culturas para que seamos felices. La positividad tóxica, que tanto se vende a día de hoy, ejerce cierto condicionamiento sobre las personas. Pero eso sí, sin demasiado éxito.
Autoconcepto y autoestima
Hay un hecho en el que estarás de acuerdo. Las críticas o el rechazo social del entorno se viven como algo devastador. Esto puede hacer que, desde bien temprano, te veas en la necesidad de recibir la aprobación y aceptación de los demás. Porque la exclusión duele, carcome y te afecta hasta el punto de debilitar tu autoestima.
Un ejemplo rotundo de esta realidad lo vemos a diario en adolescentes. Tal y como describen en Child and Adolescent Psychiatry and Mental Health, la presión psicosocial tiene un impacto directo en la imagen corporal y autoestima de los más jóvenes. Tanto es así que la obligación de ajustarse a unos modelos rígidos de belleza deriva, con frecuencia, en depresiones y trastornos de la alimentación.
Inseguridad en la toma de decisiones
Si analizaras todas y cada una de las decisiones que tomas cada día te darías cuenta de algo. Una parte significativa de lo que decides está mediado por lo que puedan opinar de ti. El temor a los juicios ajenos es como esa sombra que nunca terminas de escampar de tu mente.
«¿Qué pensarán de mí si publico este comentario/foto/post/reel en redes sociales? ¿Me darán un like o perderé seguidores?». «¿Qué pasa si saco este tema de conversación sobre política con mis suegros?». «¿Me juzgarán en mi trabajo si decido afiliarme al sindicato?
Cambios en actitudes y creencias
A la hora de navegar en sociedad, es frecuente encontrarse con muchas tormentas y peligrosos arrecifes. Muchos de ellos tienen la forma de conflictos e incómodos desacuerdos. A veces, con el fin de evitar problemas, haces ciertos cambios en tus actitudes. Por ejemplo, darle la razón en casi todo a tu jefe para conservar tu trabajo.
Es más, es posible que hasta limas un poco tus creencias y opiniones ante los demás para evitar discusiones, para no ser criticado/a o rechazado/a en determinados escenarios sociales. Son fenómenos muy comunes derivados de esa presión invisible que tanto impacta en el ser humano.
Comportamiento de riesgo
Rara es la persona que no haya pasado por una situación semejante en la adolescencia. La presión psicosocial puede hacer que caigas en comportamientos de riesgo solo por no ser menos que los demás. Un ejemplo evidente de ello es consumir alcohol en exceso porque tu grupo de amigos lo hace.
Cuando la presión psicosocial es positiva
También es posible que la influencia que los grupos sociales ejercen sobre un individuo se traduzca en comportamientos positivos. Al fin y al cabo, el ser humano está habituado a convivir en grupo y, si somos un claro ejemplo de éxito evolutivo, es porque demostramos conductas enriquecedoras entre nosotros. De hecho, son la mayoría.
El sentirnos influenciados por familiares y amigos que llevan a cabo actos éticos, es una muestra evidente de ese beneficio. La cooperación, la empatía y la responsabilidad son dinámicas que nos sirven como modelado y que imitamos.
La presión psicosocial nos determina, pero podemos elegir
Es cierto que adaptarte y seguir las normas del grupo hace sentir inclusión y validación. Pero… ¿A qué precio? ¿Hay que hacerlo siempre, a expensas del sentido común y de los propios valores? El coste emocional que tiene el diluirte en todos y cada uno de los condicionamientos sociales puede ser muy doloroso. Lo ideal es mantener un adecuado equilibrio.
Reconocer tus principios, creencias y límites personales es fundamental en todo contexto y circunstancia. Cuanto mejor comprendas quién eres y lo que te importa, más fácil será tomar decisiones informadas y resistir la presión del entorno. No todo vale y menos si se atenta contra tu dignidad y libertad. Hay que vivir en sociedad, pero sin perder la propia individualidad.