Aunque nos insistan en que debemos trabajar duro para lograr nuestros sueños, lo cierto es que esta fórmula no siempre se cumple. Hay trenes que no vuelven a pasar y montañas que nunca coronaremos. Aceptarlo es clave de bienestar psicológico.
Vivimos en una sociedad habituada a convencernos de que podemos lograr lo que deseemos. Basta con esforzarse, con desearlo mucho, con mantener la esperanza… Sin embargo, tarde o temprano, llegamos a un punto en el que acumulamos una parte de los sueños no logrados. Esos que se quedan para siempre almacenados en el arcón de lo nunca alcanzado.
En esta cultura de “eres lo que consigues” o “nada es imposible”, asumir que hay metas que nunca conquistaremos puede ser frustrante. Más aún, lo no logrado puede alterar la visión que tenemos de nosotros mismos, hasta el punto de vernos falibles o defectuosos. Vincular el autoconcepto y la autoestima solo a los objetivos alcanzados puede ser en ocasiones muy peligroso.
No podemos dejar de lado que nuestro mundo es cada vez más competitivo. Lo que hoy damos por sentado puede venirse abajo con la aparición de un “cisne negro”, es decir, con un evento del todo inesperado. Entender que tener éxito o alcanzar expectativas soñadas no depende al 100 % de nosotros mismos es algo que debemos asumir en algún momento.
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La presión social también puede hacer que tengamos una visión negativa de nosotros mismos cuando no logramos aquellos que otros esperaban de nosotros.
¿Qué hacer con los sueños no logrados?
Todos albergamos sueños truncados en el sótano de los horizontes perdidos. De hecho, rara es la persona que ha logrado uno por uno, todos los puntos en su listado de objetivos de vida. Y que sea así, es completamente normal. Es decir, ver que en nuestro presente no están muchas de esas realidades que una vez soñamos de niños, es algo por lo que la mayoría acabaremos transitando.
Ahora bien, es cierto que dicha experiencia no es fácil de asumir. No lo es, por ejemplo, cuando hemos sido educados para un fin muy concreto. De hecho, abundan quienes no alcanzaron las expectativas que sus progenitores marcaron para ellos. Personas que, llevadas por la presión social y familiar, se perciben ahora mismo como un fracaso andante.
La Universidad de Ghent llevó precisamente a cabo un estudio relacionado con este tema. Algo que pudo verse es que la cultura china, a diferencia de la belga, suele proyectar en sus hijos una gran presión psicológica a la hora de lograr ciertas metas. Aunque lo cierto es que hubo otro aspecto que quedó en evidencia:
- Muchos padres, sin importar la cultura, arrastran sueños no logrados que esperan que sus hijos conquisten por ellos…
Más allá de la perseverancia: cuando el esfuerzo no se traduce en éxito
Todos hemos leído alguna vez la famosa frase de Thomas Edison: muchos de quienes fracasan son personas que no se dieron cuenta de lo cerca que estaban del éxito cuando se dieron por vencidos. Bien, el mensaje resulta inspirador, es cierto. Sin embargo, analizado en detalle y con adecuada perspectiva, puede ser demoledor.
Porque a veces en el viaje de la vida hay que saber cuándo darse por vencido para no seguir dándose cabezazos contra la pared. Tener claro cuándo rendirse y dar un paso atrás también requiere valentía e inteligencia. Es más, aunque la perseverancia sea una virtud que todos deberíamos cultivar, entender cuándo parar y calibrar perspectivas es un ejercicio de bienestar psicológico.
A todos nos han enseñado lo maravilloso que es tener éxito; es cierto. Pero, curiosamente, nadie nos ha explicado cómo lidiar con el fracaso, no nos han dado orientaciones para entender esa vivencia como lo que es. Un alto en el camino. Un reajuste de metas. Mirar hacia detrás para entender qué ha pasado y tomar nuevas decisiones situando la mirada frente a nosotros. Sin obstinarnos, sin patalear, sin juzgarnos por débiles o defectuosos.
Los sueños que no hacemos nuestros se convierten en astillas en el músculo de la autoestima a menudo. Se tansforman en heridas no curadas capaces de dañar nuestro autoconcepto. No es lo adecuado.
Los sueños no logrados y la adaptabilidad
Muchos de los sueños no logrados son el claro resultado de circunstancias externas. No podemos controlar todas las variables en el viaje de la vida, en la escalada de nuestras montañas personales. Siempre hay factores caóticos que todo lo alteran. Y hay también límites que uno encuentra en sí mismo y que le obligan a volver sobre sus pasos. Sin embargo, nada de eso supone el fin del mundo.
Si bien la perseverancia y el trabajo duro son dos virtudes valiosas, también lo son la flexibilidad y la adaptabilidad. Saber ajustar objetivos, autorregular la sensación de fracaso y gestionar de nuevo nuestras metas son pilares básicos para el bienestar. No pasa nada si dejamos ir una o dos metas; el problema está en no ser capaces de plantearnos otras nuevas y mejor ajustadas…
Las montañas que nunca escalamos nos permitieron descubrir nuevos caminos
En efecto, hay trenes que ya no pasarán para nosotros. Tampoco escalaremos ciertas montañas ni conquistaremos determinadas cimas… Sin embargo, en medio de esas circunstancias hallaremos nuevos caminos capaces de conducirnos a escenarios maravillosos. Al fin y al cabo, el sendero hacia la autorrealización casi nunca es una línea recta.
Solo quien mira con atención y reajusta su rumbo, acaba encontrando aquello que verdaderamente acabará haciéndole feliz. Los sueños no logrados solo son eso, deseos de otro tiempo que ya no tienen cabida en el presente.