Aunque en apariencia puedan parecer sinónimos, estos dos términos remiten a dos formas diferentes de pensar la justicia social. ¿Quieres conocerlas?
La justicia social puede entenderse como todos aquellos esfuerzos orientados a distribuir de manera justa los bienes, servicios y recursos que permiten llevar una vida digna. En este marco, equidad e igualdad aparecen como dos conceptos que, aunque a primera vista podrían parecer sinónimos, se refieren a formas diferentes de accionar en cuanto al acceso a la justicia social.
En este artículo desarrollaremos la diferencia entre equidad e igualdad. Además, también plantearemos algunos escenarios de reflexión en los que resulta fundamental la comprensión de estos conceptos desde una perspectiva ética, que reconozca la complejidad de las desigualdades sociales y la necesidad del compromiso de todos para transformarlas.
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La igualdad: ¿ideal o posible?
La defensa de la igualdad como derecho ha sido uno de los rasgos característicos de la modernidad. La igualdad fue uno de los principios de la Revolución Francesa, aparece ya contemplada como derecho en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Además, ya en el siglo XX se ratificó su lugar como derecho fundamental al incluirse en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
Todos los seres humanos nacemos iguales y, en consecuencia, tenemos los mismos derechos. Esa es la premisa de la igualdad como derecho humano.
Es así que podemos entender la igualdad como el principio según el cual todas las personas son iguales ante la ley, sin que ninguna condición individual se interponga en el reconocimiento de nuestros derechos y en el hecho de que somos inherentemente iguales, más allá de las diferencias y las particularidades.
En otras palabras, el reconocimiento de la enorme diversidad humana exige la instauración de condiciones que garanticen que todos los seres humanos recibamos el mismo trato y valoración, para evitar sesgos y discriminaciones.
Sin embargo, ante la innegable desigualdad, especialmente en el ámbito de la justicia social, vale la pena plantearnos la pregunta acerca de si es justo aplicar el principio de igualdad en un mundo construido a partir de un desproporcionado acceso a bienes y oportunidades por parte de algunos sectores de la sociedad, mientras en el otro extremo hay quienes no tienen nada. ¿Es posible la igualdad en un mundo estructuralmente desigual?
Equidad: buscando equilibrar la balanza
El concepto de equidad viene ganando fuerza desde los años 90 del siglo XX, en buena medida gracias a autores como John Rawls y Amartya Sen, y autoras como Martha Nussbaum.
La equidad puede entenderse como la búsqueda del acceso a la justicia social a partir del reconocimiento de las diferencias y las capacidades individuales. Este reconocimiento estaría orientado a garantizar una vida digna de manera universal, aunque en algunos casos esto implique tener consideraciones especiales con grupos sociales que están (o históricamente han estado) en condición de desventaja.
De este modo, la equidad se configura como un esfuerzo para subsanar desigualdades históricas y estructurales, construidas a partir de factores como la clase social, el nivel educativo, la procedencia étnica, el género, la discapacidad física y cognitiva; y otras posibles condiciones que hacen que no todas las personas podamos acceder a las mismas oportunidades, ni contemos con las mismas ventajas.
Así, y sobre todo para quienes han nacido en entornos de marginalidad, la equidad es tal vez la única posibilidad de cambiar una vida destinada a reproducir esos patrones de desigualdad social y de acceder a mejores oportunidades.
Garantizar a los grupos sociales históricamente oprimidos el acceso a servicios básicos, educación de calidad, opciones laborales no precarizadas, espacios libres de discriminación y otras condiciones para llevar una vida digna es tal vez la única forma para, progresivamente, ir haciendo del mundo un lugar más justo.
¿Igualdad o equidad?: pensar en los matices
Ante problemáticas como la discriminación por género o el racismo, ha sido necesario plantear la pregunta acerca del lugar de la igualdad y de la equidad en el acceso de las mujeres y de las personas racializadas a espacios que históricamente les han sido vetados.
Las acciones afirmativas, enmarcadas en lo que se ha denominado también “discriminación positiva”, buscan hacer evidente la importancia de reconocer que aunque todos somos iguales, tal como escribiera George Orwell en Rebelión en la granja, algunos son más iguales que otros.
Esto quiere decir que el principio de igualdad históricamente ha servido para que solo quienes se reconocen como iguales entre sí accedan a espacios de poder y representación. Las mujeres, las disidencias sexuales, las poblaciones indígenas y afrodescendientes, las personas en condición de pobreza, las personas con discapacidad y otras tantas que encarnan la otredad y la diferencia han quedado por fuera del reparto de las condiciones que puedan llegar a garantizar una futura e ideal igualdad para todos los seres humanos.
De este modo, podemos entender la igualdad como una meta, ideal y aún inalcanzable y la equidad como los esfuerzos y los mecanismos para alcanzarla. Apoyar mecanismos como las leyes de cuotas, promover la diversidad en nuestros espacios, negociar y poner en cuestión nuestros propios privilegios y nuestras propias limitantes sociales son primeros pasos adecuados como políticas cotidianas de la equidad.