Los beneficios de la siesta son una cuestión muy discutida. Hay quien lo considera casi un hábito de vagos. Otras personas no piensan que sea sinónimo de pereza, pero alertan que ese exceso de sueño puede ser peligroso. No obstante, cada vez son más los expertos que aseguran que, si la siesta no es muy larga, es realmente beneficiosa. Uno de esos estudios lo acaba de publicar un equipo de científicos de Estados Unidos, Reino Unido y Uruguay, y añade los genes y el volumen cerebral al rompecabezas de la siesta perfecta.
Está claro que, antes de hablar de la siesta perfecta, debemos recordar los beneficios del sueño. Dormir adecuadamente es esencial para prevenir enfermedades metabólicas y cardiovasculares e incluso algunos tipos de cáncer. Además, es muy beneficioso para mantener la mente en forma. Mientras dormimos, ayudamos a consolidar los recuerdos, por lo que es muy bueno para la memoria y la salud cognitiva.
Por eso, estos científicos han querido comprobar si las personas genéticamente predispuestas a dormir la siesta tienen una mejor salud cerebral. Y, efectivamente, han encontrado una vinculación positiva muy interesante. Eso sí, no vale con dormir la tarde entera. La siesta perfecta dura menos de media hora, aunque despertarnos tan rápido nos dé demasiada pereza.
Los genes también importan
Si preguntamos en España sobre los genes de los dormidores de siesta posiblemente nos digan que hay que tener ascendencia andaluza, pero es algo bastante más complejo que eso.
Los autores de esta investigación analizaron el papel del ADN en la tendencia a dormir siesta mediante el estudio de los datos de 378.932 personas con edades comprendidas entre los 40 y los 69 años. Todos se sometieron a un escaneo cerebral, un análisis genético y una encuesta sobre sus hábitos de sueño. Así, se vio que había 92 secciones de ADN relacionadas con las personas que referían dormir siestas diurnas regularmente. Pero no solo se encontró esta señal en su ADN. También se vio que la mayoría de ellos tenían un volumen cerebral mayor, equivalente al de personas entre 2,5 y 6,5 años más jóvenes.
Por lo tanto, se deduce que dormir siestas diurnas con regularidad mejora uno de los parámetros asociados a la edad cerebral. Así, aunque esto debe estudiarse con más profundidad, podría ayudar a reducir la demencia.
¿Cómo es la siesta perfecta?
Generalmente, las personas con propensión genética a dormir durante el día lo hacen en periodos cortos. Este estudio no analizó la duración de la siesta perfecta; pero, con anterioridad, otros han encontrado que, para exprimir sus beneficios, lo ideal es que sea de menos de media hora. Si no, puede ocurrir todo lo contrario, de modo que sería contraproducente.
Es interesante que el hecho de dormir esa siesta perfecta con regularidad esté también en los genes. Ciertamente, hay personas que nunca duermen siesta, pues no lo necesitan. Otras sí lo hacen, pero pasan demasiado tiempo durmiendo y acaban sintiéndose más cansados que al principio. Sin embargo, algunos individuos parecen estar programados para poner a su cerebro a descansar y consolidar recuerdos cada día, durante un periodo cortito de tiempo. Eso es lo ideal y, ahora, al menos sabemos cuáles son las causas y por qué es beneficioso.
Eso puede ayudar a otras personas a obtener también esas ventajas, aunque antes habría que intentar reproducir el estudio evitando sus limitaciones. Estas son principalmente dos. Por un lado, que los datos sobre las siestas fueron autoinformados. Es decir, los propios participantes explicaron cuándo y cuánto tiempo dormían. No obstante, esta es solo una limitación pequeña, pues se utilizaron instrumentos de muñeca capaces de analizar la actividad física y, así, contrastar la información.
En cuanto a la segunda limitación, hace referencia a la población que participó en el estudio. Todos eran de ascendencia blanca europea. Por lo tanto, no se tiene en cuenta cómo afectan las siestas al cerebro de otras poblaciones diferentes. Lo que está claro es que esa siesta perfecta de menos de media hora parece tener aún más beneficios de los que creíamos. También en el cerebro.